martes, 12 de agosto de 2014

Estoy avergonzado de mí mismo.

Y yo que me creía de los buenos.
Ya me conocéis: sensible ante los débiles, donante de sangre; el ciudadano que devolvió 50 euros de la calle a la puerta de una clínica dental porque le daba más tristeza quien los había perdido que la alegría de habérselos encontrado...  Pero, hace pocos días, me comporté como un incívico, casi como un delincuente.
No sé si estoy usando el blog como instrumento de expiación  o sacramento de penitencia, (uno no sabe cuánto gravita esa huella cultural-religiosa). Por otro lado, quiero creer que, positivamente, deseo extender mi nefasta experiencia para ver si enseño a mis seguidores la lección. Quizá también quisiera hacer literatura y contar una  experiencia personal más allá de mi omnipresente huerto, (el exhibicionismo de todos los blogueros, vaya). Hay muchas motivaciones.
Tengo atenuantes. Me habían gritado, llevaba la cabeza como un bombo, había dormido mal, tenía prisa... pero soy culpable. No hice bien; he fallado dos veces. Por torpe y por cobarde.
Haciendo una maniobra de marcha atrás en un aparcamiento golpeé en un coche. (Yo no debía haber parado en aquel sitio, lo hacía por “ganar tiempo” iba a comprar unos tubitos de goma para regar el huerto, por no ir a buscarlos en Ávila). Sentí el golpecito, miré por mi retrovisor y vi que había rozado el lateral del otro coche. No es un abollón, tan solo una rozadura, de entre cinco y diez centímetos, parte hecha con el plástico del parachoques. No me detuve lo suficiente a verlo porque huí como un cobarde, como un delincuente, como Esperanza Aguirre esta primavera, al ser sorprendida aparcando indebidamente, como el bailarín Farruquito al atropellar a un peatón en un paso de cebra. Lo hice porque tenía prisa, no iba a esperar al dueño del coche para hacer un parte amistoso del seguro. Pero sí debí parar, elaborar una nota, darle mi teléfono, ponerme a su disposición para hacer los papeles otro día y que mi seguro le abonara los gastos de maquillaje del rayón.
Pero huí; creo que lo hacemos casi todos, (sigo tirando balones fuera) Yo tengo rayones y golpecitos en mi coche y los he tenido en los anteriores. Nadie se ha responsabilizado, seguramente en algún caso, quien me lo hizo ni se ha enterado. Pero yo sí fui consciente. Luego unos kilómetros más adelante, (íbamos de viaje a Salamanca y luego a Ávila),  quise volver, por dar ejemplo a mi hija, por no darles argumentos a ella y a mi mujer en futuras discusiones, de lo que estoy casi seguro es que no tengo miedo de que me hayan visto y apuntado la matrícula, aunque todo puede pasar, pero ya era tarde.
A la vuelta del viaje, al día siguiente, me metí en el aparcamiento. Tenía pensado encontrar al dueño del coche y hacerme responsable, aunque mi compañía de seguros, me cobre más al año que viene. No lo encontré.
He sido malo, egoísta, irresponsable y, sobre todo, cobarde. Ahora puedo entender mucho mejor a los que actúan como yo lo he hecho. Estadísticamente puedo decir que es una reacción “natural” pero yo no debería estar en ese lado de las estadísticas.
En una entrevista años después, el expresidente del gobierno Adolfo Suárez, que permaneció en su escaño y no se tiró al suelo cuando ametrallaron el Congreso el 23 de febrero de 1.981, reconoció que estaba preparado para mantenerse gallardo ante una situación así. Lo mismo que los conductores en la nieve sabemos que no hay que tocar el freno nunca, aunque el cuerpo te lo pide. De manera que al representar una alta dignidad, tenía que hacer, no lo “natural”, que era obedecer a los armados y tirarse al suelo, sino mantener el tipo, sotener la imagen del presidente del gobierno erguida, sin doblegarse, aunque pudiera parecer una provocación. Él lo tenía visualizado, entrenado, y obró bien.

Yo no. La próxima vez seré un buen ciudadano. Ojala encuentre el coche y pueda repararlo haciéndome responsable ante su dueño. No es fácil, puede que no sea de Béjar,  ni siquiera de la zona; sucedió el sábado 9 de agosto a la puerta de una nave-bazar china. Pero si le veo no fallaré. Esta vez ya me encontrará enseñado, y escarmentado. Estoy arrepentido.

1 comentario:

  1. No te preocupes, Juan, sé que eres una buena persona. Con 50 euritos lo arreglamos.

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