Y yo
que me creía de los buenos.
Ya me
conocéis: sensible ante los débiles, donante de sangre; el ciudadano que
devolvió 50 euros de la calle a la puerta de una clínica dental porque le daba
más tristeza quien los había perdido que la alegría de habérselos
encontrado... Pero, hace pocos días, me
comporté como un incívico, casi como un delincuente.
No sé
si estoy usando el blog como instrumento de expiación o sacramento de penitencia, (uno no sabe
cuánto gravita esa huella cultural-religiosa). Por otro lado, quiero creer que,
positivamente, deseo extender mi nefasta experiencia para ver si enseño a mis
seguidores la lección. Quizá también quisiera hacer literatura y contar
una experiencia personal más allá de mi
omnipresente huerto, (el exhibicionismo de todos los blogueros, vaya). Hay
muchas motivaciones.
Tengo
atenuantes. Me habían gritado, llevaba la cabeza como un bombo, había dormido
mal, tenía prisa... pero soy culpable. No hice bien; he fallado dos veces. Por
torpe y por cobarde.
Haciendo
una maniobra de marcha atrás en un aparcamiento golpeé en un coche. (Yo no debía
haber parado en aquel sitio, lo hacía por “ganar tiempo” iba a comprar unos
tubitos de goma para regar el huerto, por no ir a buscarlos en Ávila). Sentí el
golpecito, miré por mi retrovisor y vi que había rozado el lateral del otro
coche. No es un abollón, tan solo una rozadura, de entre cinco y diez
centímetos, parte hecha con el plástico del parachoques. No me detuve lo
suficiente a verlo porque huí como un cobarde, como un delincuente, como Esperanza Aguirre esta primavera, al ser sorprendida aparcando indebidamente, como el bailarín
Farruquito al atropellar a un peatón en un paso de cebra. Lo hice porque tenía
prisa, no iba a esperar al dueño del coche para hacer un parte amistoso del
seguro. Pero sí debí parar, elaborar una nota, darle mi teléfono, ponerme a su disposición para
hacer los papeles otro día y que mi seguro le abonara los gastos de maquillaje
del rayón.
Pero
huí; creo que lo hacemos casi todos, (sigo tirando balones fuera) Yo tengo
rayones y golpecitos en mi coche y los he tenido en los anteriores. Nadie se ha
responsabilizado, seguramente en algún caso, quien me lo hizo ni se ha
enterado. Pero yo sí fui consciente. Luego unos kilómetros más adelante,
(íbamos de viaje a Salamanca y luego a Ávila),
quise volver, por dar ejemplo a mi hija, por no darles argumentos a ella
y a mi mujer en futuras discusiones, de lo que estoy casi seguro es que no
tengo miedo de que me hayan visto y apuntado la matrícula, aunque todo puede
pasar, pero ya era tarde.
A la
vuelta del viaje, al día siguiente, me metí en el aparcamiento. Tenía pensado
encontrar al dueño del coche y hacerme responsable, aunque mi compañía de
seguros, me cobre más al año que viene. No lo encontré.
He sido
malo, egoísta, irresponsable y, sobre todo, cobarde. Ahora puedo entender mucho
mejor a los que actúan como yo lo he hecho. Estadísticamente puedo decir que es
una reacción “natural” pero yo no debería estar en ese lado de las estadísticas.
En una
entrevista años después, el expresidente del gobierno Adolfo Suárez, que
permaneció en su escaño y no se tiró al suelo cuando ametrallaron el Congreso
el 23 de febrero de 1.981, reconoció que estaba preparado para mantenerse
gallardo ante una situación así. Lo mismo que los conductores en la nieve sabemos que no hay que tocar el freno nunca, aunque el cuerpo te lo pide. De manera que al representar una alta
dignidad, tenía que hacer, no lo “natural”, que era obedecer a los armados y
tirarse al suelo, sino mantener el tipo, sotener la imagen del presidente del
gobierno erguida, sin doblegarse, aunque pudiera parecer una provocación. Él lo
tenía visualizado, entrenado, y obró bien.
Yo no.
La próxima vez seré un buen ciudadano. Ojala encuentre el coche y pueda
repararlo haciéndome responsable ante su dueño. No es fácil, puede que no sea de
Béjar, ni siquiera de la zona; sucedió
el sábado 9 de agosto a la puerta de una nave-bazar china. Pero si le veo no fallaré. Esta vez ya me encontrará
enseñado, y escarmentado. Estoy arrepentido.
No te preocupes, Juan, sé que eres una buena persona. Con 50 euritos lo arreglamos.
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