viernes, 17 de febrero de 2023

Adolescencia

 


Si repaso mi vida creo que el periodo en que habré conocido más personas "intensamente" es en el que va desde los doce a los veinte años. Ahí se forjaron con desaforada potencia las filias, las fobias, las querencias estéticas y los aborrecimientos en todos los campos, catapultados por un vozarrón que quería afirmarse sobre todas las cosas, orgulloso de estrenar sus registros graves. (Mi madre me decía que a veces la volvía "tarumba" porque tenía un "vozarrón como un pastor")

Curiosamente ahí mismo se quedaron petrificadas las imágenes de muchas personas que nunca más volví a tratar y de las que tengo una "idea" para siempre. Lamentablemente esa misma idea que pueden tener ellos de mí. Es horrible, y creo que casi todos entonaríamos el "tierra trágame" si nos pusieran una grabación de nuestas actuaciones de entonces (esa desventaja van a tener los muchachos de ahora, que les perseguirán los videos que se están grabando). De la adolescencia guardo yo sonrojantes cintas de casete con mis amigos diciendo "paridas"; diarios, dibujos, frases apuntadas, pero no me quiero reconocer en ellas: son hijas del exceso de testosterona y del desprecio a la cándida niñez y el odio a las imposiciones de la sociedad.

Recientemente volví a contactar con un amigo de la adolescencia y al repasar los componentes de alguna de las fotos que intercambiamos llegó el más hondo "tierra trágame". En aquella foto de excursión estaba una chica muy simpática, no demasiado guapa, pero tampoco fea, que en esos tiempos se mostraba asequible y sin ínfulas ni misterios; por aquellos únicos motivos creo que nunca nos enamoramos nadie de ella. Recuerdo que yo la caía bien: fue la única que me apoyó cuando me opuse al aborto en la clase de constitución que nos daba una profesora muy progre al comentar el artículo 15 Todos tienen derecho a la vida..., allá por los alrededores del famoso 23 de febrero de 1981, y eso que la mayoría de mis compañeros iba a misa y no se mostraban ateos, como yo ya hacía sin ambajes.

Pero volvamos al episodio: estaba con ese amigo en el paseo del Rastro de Ávila y ella se paró con nosotros con su coreana azul, se puso a hablar, y yo no la escuchaba; tenía ganas de hacer realidad con alguien y ante testigos (y en vista de que otras chicas no me hacían caso) una canción de ¡¡¡José Luis Perales!!! que decía algo así como "has tenido que decir a una chica <<mira, no te aguanto más, nunca más, nunca más>>" y se lo espeté a esa buena chica, y lo repetí, y se fue, quizá conteniendo las lágrimas. Ya no recuerdo más de ella. Si: que aprobó COU, que hizo magisterio, y me dijerosn que se fue a Cataluña, porque allí salían muchas plazas, porque bastantes profesores pidieron traslado al resto de España a medida que les obligaban a dar las clases en catalán.

Al repasar mi adolescencia aparece que a veces he hecho el ridículo y he sido consciente de ello. Otras veces lo habré hecho pero sin darme ni cuenta de que lo hacía. Pero aquel hecho injusto, altisonante, humillatorio, ¡qué cabrón fui! (en aquellos tiempos nos decíamos mucho esa palabra polisémica pero que sonaba muy dura con su conjunción cojonuda de vocales y consonantes) me escuece.

Afortunadamente casi todos olvidamos la mayoría de las tonterías que hicieron los demás, y las nuestras solo se nos presentan ocasionalmente, algunas en momentos inoportunos, para hundirnos la autoestima; pero otras para asentar los pies en la tierra y ser indulgentes con las otras personas y hasta con nosotros mismos.

El amigo no me ha dicho que recordara aquella escena, a lo mejor no fue tan cruel. Me gustaría que algún día esa chica, que cumplirá 59 años, sepa lo mal que me siento cuando se me aparece aquel episodio.


PD podría haber querido expresar mi desacuerdo con que algunos partidos políticos pretendan facilitar que se tomen decisiones irreversibles en la adolescencia. 

Allá cada cual, yo solo cuento mi experiencia.

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