sábado, 1 de agosto de 2020

Entender el mal.

La inteligencia, puede que la propia etimología de la palabra diga eso mismo, es la capacidad para entender las cosas. Buscar la causa, el mecanismo, despojarlas de explicaciones míticas, conspiranoicas, diríamos ahora y enfrentarse francamente a ellas.

Voy a definir mal como aquello que nos perjudica, nos hace daño a nosotros. El sol, el agua, que son la vida, también son la muerte, uno puede obtener del sol un cáncer de piel o que se sequen las plantas, o que a causa del calor no consiga dormir; del agua solo diré el refrán "nunca llueve a gusto de todos". La experiencia de la vida es entender que a veces hay sequías o inundaciones y eso normalmente no es culpa de nadie, aunque cada vez la actividad humana, sin pretenderlo, influya más en la climatología.

El mal nos molesta, perjudica nuestro trabajo, hasta nos mata. La explicación del mal es básica para la sociedad, para el poder o para la religión, que es la forma tradicional más sibilina de control social. Si personalizamos el mal en los inmigrantes, en los burgueses, en los comunistas, en los banqueros, en los intermediarios, en los masones, en los fascistas, en el diablo ya habremos dado a la gente una solución fácil de entender, habremos conseguido aislar el mal y ahora solo queda eliminarlo, (curioso: me vale lo mismo para el coronavirus, hay que aislarlo y después matarlo, así de simple ¿verdad?) Pero el mal, como el coronavirus también está dentro de nosotros, tendremos que entenderlo y negociar cómo nos va a hacer menos daño, cómo le daremos de lado con una vacuna que genere anticuerpos o con una medicina que excite nuestras defensas.
Ayer una persona me dijo que "desde el principio no se le quita de la cabeza que esto ha sido provocado". Hay mucha gente que piensa así, entre ellos mi amigo Luis Pancorbo, que no cesa de sugerirlo. Yo no puedo descartarlo absolutamente, no soy científico, no soy entendido, no he pasado parte de mi vida estudiando los mecanismos de los virus, pero la mayoría de las personas que afirman que ha sido provocado tampoco; es más, la inmensa mayoría de los entendidos, que  saben de la complejidad de estos mecanismos opina que es una mutación natural: Darwin, ¡vaya!

Pero lo fácil no es encontrar la causa o la solución, lo fácil es encontrar un enemigo. Toda la vida se ha hecho así, Hitler lo hizo con los judíos, Stalin con los comunistas que no le seguían, La revolución Cultural de los chinos, Pol Pot...

La vida no es simple, quien estudia lo sabe, todo requiere trabajo, hacer y deshacer, invertir, cambiar de materiales... si uno concluye que, sencillamente, le persiguen, llega a un fatalismo que le impedirá salir adelante, llegará al suicidio, o a conductas antisociales, como robar o estafar, porque todos lo hacen o porque la sociedad es injusta con ellos.

Hay gente, la mayor parte, que se enfrenta con las contrariedades, que construye una presa para almacenar agua y soslayar la sequía, que diseña tejados o aliviaderos para que el agua escurra cuando llegue la tormenta, y que no se viene abajo cuando su trabajo fracasa porque el sol es más persistente o la lluvia más torrencial: hay que volverse a levantar, sobrevivir con más trabajo o mejor entendimiento.
Parecido pasa con la adolescencia, nuestros hijos siempre se juntan con malas compañías, nunca ellos son la mala compañía, como si los otros no tuvieran padres. El mal, el cambio, están en nosotros y tiene que llover y haber sequías, los mosquitos picarán y la salmonela brotará si no cocinamos bien y con higiene,

Supongo que todo lo que he dicho son obviedades. Hoy he escrito como los libros de autoayuda. A veces, como hacen estos libros, a uno le conviene desmenuzar las cosas para separadas, entenderlas mejor, aunque ya las supiera.

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