viernes, 7 de agosto de 2020

"Confesarse y cumplir la penitencia que me fuera impuesta, amén".

 Estoy leyendo ahora una biografía sobre el gran cineasta Luis García Berlanga y ha salido en ella lo de confesarse, él nació en 1921 y yo en 1964, con lo cual le dio mucho más tiempo que a mí de practicar (sufrir) el sacramento. Yo la última vez que me confesé, por obligación, ya que me obligaron a comulgar en la comunión de mi hermana, -la última vez que hice ambas cosas- ya tuve que incluir en el relato algún asuntillo sexual que no terminaba de explicar bien a pesar de que el cura indagaba persuasivamente. Era un cura de Ávila, desconocido para mí, pero me costó mucho precisar, si es que llegué a hacerlo.

Mi relación con la confesión es meramente infantil, pero me costaba trabajo plantearme qué es lo que iba a decir; la penitencia me daba igual, nunca me tocó rezar mucho: era un niño bueno. Me daba miedo el trago, pero luego me sentía bien, había cumplido mi obligación y además si moría en esos momentos con el alma recién lavada iría al cielo, con lo cual bajar recién confesado  las escaleras, verdaderamente empinadas y peligrosas, de la iglesia hasta mi barrio no me preocupaba en absoluto con lo cual me hacía ligero e invulnerable.

El inglés Chesterton, nacido anglicano,  estaba fascinado por el sacramento católico de la confesión y por el aprendizaje que podía haberle proporcionado a un cura, lo hizo detective: el Padre Brwon. (Todo esto no me apetece perder el tiempo corroborándolo en internet, así que si queréis hacedlo vosotros) . El caso es que ahora mismo pienso que practicar la confesión me hizo mejor, más humilde y más responsable, porque en algún momento, si hacía algo malo, tenía que humillarme, contarlo y pedir perdón. Creo que eso es educativo, edificante, le pone a uno los pies en el suelo, siempre hay que pagar la cuenta, uno no puede escapar "de rositas".

Agradezco ser como soy, creo que la sociedad también tiene que agradecer que yo sea como soy. En los tiempos en que crecí no valía todo, y si querías que valiera, por lo menos tenías que tener los arrestos de contarlo, de sufrir esa penitencia. 

Nada va a poder sustituir a la confesión, casi nadie la va a echar de menos, era una autolimitación, como que hubiera un tiempo de cuaresma, que culminaba en una pesada Semana Santa. Eso daba sentido al carnaval de antes y a todo el verano de después.

Es necesario psicológicamente para algunas personas sufrir, sumergirse en algo penoso para emerger. Puede que por eso participen en las ONG, aunque quizá la gente ahora sufre en los gimnasios o saliendo a correr, los excesos o desequilibrios de comer más de la cuenta, para que la báscula te dé la absolución.

PD. No creo que haya propiciado esta reflexión el hecho de que el rey Juan Carlos pidió perdón por haber matado un elefante y ahora que estalla todo aquello con mucha más fuerza ha escurrido el bulto diciendo que se va al extranjero. 

Creo que es más sano socialmente lo primero, pero ya hace tiempo que ha desaparecido el sacramento de nuestras vidas. 

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