miércoles, 26 de agosto de 2020

Arturo Barea: la forja de un rebelde

 Este largo libro (es una trilogía) es algo que tenía pendiente, por la guerra civil, sobre todo. Sucede que al publicarse en el exilio llegaría a España en los 70, con el aluvión de muchos otros títulos panfletarios y menos panfletarios. Su autor, pienso ahora que estoy leyéndolo, no ha sido valorado como otros de su generación.


Voy gozándolo despacio y en las primeras cien páginas está siendo un libro prolijamente costumbrista. Me llama la atención que la infancia de este hombre, que nació casi 100 años antes que yo, sea tan asimilable a la mía, (no hay nada más estimulante en la lectura que encontrarse sensaciones de la propia vida en un libro): había muchos animales,  mucha libertad infantil real, aunque estuviera mezclada con la represión religiosa, y ningún electrodoméstico.

Soy de otro mundo muy diferente al actual, mis primeros 14 años son con agua que había que traer en cántaros o sacar del pozo con una cadena atada a un cubo. Toda la información se obtenía fuera de las puertas de casa; como mucho podías aprender algo de algún cuento a la lumbre del invierno. Hoy no, nada, casi de ninguna manera más que gogleando, mirando un tutorial: verdades, contraverdades, posverdades, propuestas publicitarias, engaños y desengaños, juegos, pornografía, todo al alcance de un clic.

Recuerdo como niño que no sabía por donde salían los niños, si se cagaban o se meaban; porque embarazadas, eso sí, se veían. El que las perras o las vacas tengan tan cerca, y en la parte de atrás, ambos agujeros hacía que uno dudara, especialmente si alguien insultaba a alguien diciendo "la madre que te cagó". 

Se tuvo que quedar embarazada una soltera de mi pueblo para que el tema arraigara en nuestras conversaciones preadolescentes y todos los amigos fuéramos recopilando información, los padres tuvieron también que hacer el esfuerzo de explicarse. Creo que ahí definitivamente lo supe: que no era necesario casarse para tener hijos. 

Doce o trece años ¿Qué pasa? me llevó saberlo. Las cosas no se explicaban, ni en la escuela ni en casa; eran "pecao" o guarrerías, la ignorancia infantil era parte del juego de desarrollarse y también del dominio de los mayores sobre los niños. El (des) conocimiento mítico: los reyes magos, el ratón Pérez, el vete al rosario, el hombre del saco, la tragamasa, los maquis, las culebras, los lobos...

Hoy es el coronavirus que nos ata. No voy a negar que sea real, pero está lleno de misterios, las fumigaciones de los pueblos con lejía, (en las calles de las ciudades no, en las de los pueblos vacíos donde no ha pasado nada) veo gente que usa mascarilla en su coche aunque vaya solo, escuché a una famosa locutora de radio dijo en su tiempo que metía el pan comprado en el horno a 90 grados para cerciorarse, antes todo el mundo tenía guantes, el miedo y la desinformación quieren dominar a la gente.

No soy un negacionista, pero cada vez que se dice de más para asustar y dominar, se crean personas descreídas e insumisas, sencillamente porque la realidad desmiente a los catastrofistas.

Yo solo conozco personalmente a cuatro muertos todos tenían más de ochenta años y todos estaban en residencias, el mayor, un hombre de 104 años. En todo el mundo en estos seis meses han muerto solo ochocientas mil personas. ¿Cuántos millones de personas han nacido?


Y yo que quería recomendar este libro a los de mi generación. A los de mi hija les sonará como a mí Homero. Supongo que es importante leer a Homero, pero un poco más leer historias parecidas a las que configuraron el ser de tus padres.

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