miércoles, 5 de agosto de 2020

El juicio vital

Hoy arranqué una planta de calabacines perfectamente sana. Soy el Dios de mi huerta, decido trasplantar plantitas o árboles que no van a ser viables a otro lugar pero también decido matarlos. Tiene que ser así, es decir, tengo que intervenir para que todo funcione, si no las plantas silvestres se apoderarían de la mayoría del agua, estrangularían mis tomateras, se chuparían los nutrientes de la tierra. Un hortelano es un demiurgo ejecutor de malas hierbas. Aclaro que aquí el contenido "malas" no tiene ningún valor moral: son aquellas que perjudican la economía productiva.

Leo un libro titulado La fea burguesía de Miguel Espinosa que resulta un poco machacón pero está bien escrito y es, hasta ahora, altamente sugeridor.
En algún momento habla de las historias contadas desde el final. Uno piensa en amistades o proyectos que terminaron mal, que nos dejaron el último injusto sabor de boca, cuando en toda la misma vida hay dulce niñez, ardorosa adolescencia, asentada madurez y decrépita senectud, podemos decir esto mismo de cualquier proyecto que terminó.
Creo que hay que saber terminar bien, irse de la fiesta antes de que los borrachos se pongan pesados y empiecen los vómitos y las peleas, porque uno sabe que hay un momento de no retorno de lo bueno. Mejor conservar un recuerdo justo, equilibrado, sin pudrir, en sazón.
De los amigos que perdí expresamente sin posibilidad de recuperación guardo el feo recuerdo final y no es justo, hubo momentos felices, me esfuerzo en hacer justicia y tengo que reconocer que hubo ilusión, goce, aprendizaje, confianza. Quizá solo es que había que haber eliminado los momentos últimos que dejaron esa impronta.
Enjuicio la vida de mi hija en su conjunto, ahora son malos momentos de encrespamiento y de grosería, no sé cuantos años van a durar, pero remitirán. Ella me dio todo lo mejor que puede dar una hija a un padre. Pronto va a cumplir 20 años y me toca aguantar, es hija única y se comporta de modo tiránico, vivimos en los tiempos más anómicos que ha habido, pero supongo que estas edades nunca fueron, ni serán, fáciles.
Cuando recibo una mala contestación miro la niña que aún hay en ella y la niña con la que vivimos y descubrimos lugares en momentos maravillosos y espero en el futuro. Una hija no es un calabacín, y si lo fuera, es el único que hay en mi huerto.

¿Y Juan Carlos de Borbón? Merece, sin duda, lo que se ha buscado. Que pague lo que debe y que devuelva lo que no debió coger, y si tiene cárcel o juicios, que los soporte, no tengo ninguna duda, aunque me malicio que con 82 años y su fuero especial, será o lo harán impune para la justicia.
Como rey que agarró el testigo de la dictadura y propició el traslado a la actual democracia le aprecio. Era lo que tenía que hacer y lo hizo bien, aunque no le fuera fácil. Tengo los documentales de la transición, narrados por Victoria Prego y compré algún libro de Paul Preston que le pone muy bien.
Ni tanto ni tan calvo, yo no he sido ni monárquico, ni juancarlista; me cae muy bien el rey actual aunque no le necesito personalmente, ya que los boatos conmigo no van.
Lo que quiero decir de su padre es que los arribistas de otro momento suelen ser los primeros que decapitan las estatuas, precisamente por su complejo de culpa, lameculismo o estiracuellismo para salir en la foto. Me parece una lástima que el juicio vital de este hombre, a quien no le queda nada más que morirse, quede tan embarrado por el final. No es justo, pero hay que saber irse a tiempo y, sobre todo, no creer nunca a los endiosadores.

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