La vida es un juego. Hoy me he dado perfecta
cuenta de que no era una ciencia y de que el “poder” económico es un factor
más, importante, importantísimo, pero lejano de la omnipotencia en la que a
veces podría uno haber caído en pensar.
Creí que bastaría poner una cantidad de
dinero. Había elegido una clínica dental, aunque muy moderna, ya prestigiosa: ergonómica, rutilante. Esta vez no consulté precios, como hago en el resto de
las cosas de la vida, de la competencia; buscaba lo mejor, cuesta trabajo
enfrentarse a una factura pensando en el tiempo que cuesta ganarlo, o la de
cosas que se podrían hacer empleando ese dinero en otro sitio, pero lo
asumí.
Estaba convencido de que era casi el único
problema y empezamos por una endodoncia o desvitalización del nervio de una
muela irreversiblemente dañada. Había tenido una primera sesión que me había
parecido que iba bien. Pero la dentista había interrumpido la operación
diciendo que “estaban muy cerrados los conductos”; me hizo una cura y me dijo
que pidiera cita para otro día. Yo no sabía que ese dictamen ya era un malísimo
presagio. Ayer era el día. Antes de ponerse conmigo me ofreció directamente la
extracción. Pero le pedí que lo intentara. Mientras hurgaba en mi boca estuve tenso buscando desesperadamente esperanza en los intentos de la dentista. Mis miradas se
concentraban en adivinar qué era lo que veía con sus ojos, por si había un atisbo de remontada. Incluso pensé en rezar, pero mi coherencia intelectual
me prohíbe esas invocaciones espúreas -desde que me reconozco ateo no cedí a
esa tentación nunca, ni siquiera para suplicar que mi hija naciera bien-. Parece que los
conductos no se habían abierto en este tiempo y las herramientas se estrellaban
con la realidad de la endodoncia frustrada; no era viable, sería tirar el
dinero. Sólo cabía arrancar la muela.
Arrancar: recuerdo de otras veces el empeño
de fuerza del dentista y el horrísono chasquido que acompaña esta faena. El
dolor, el escupir sangre, el hueco amorfo, coagulado, tantos días. Por eso la
dentista dijo “extraer”. ¡Viva el eufemismo!
Yo no estaba preparado psicológicamente para
perder. Había empeñado dinero en recuperar, y resulta que había perdido. Un gol
en propia puerta.
No. Era irreversible. Había además un conato
de infección. Yo sé que años atrás había tenido algún flemón pero desaparecían y me olvidaba de ello. Me da la fatal
impresión de que, en el fondo, sabía que no era justo que al final me
salvaran la muela. Pero bueno... para eso están ¿no? Era la primera endodoncia
de mi vida, me habían hecho una radiografía. Lo indicó la clínica dental, no
yo.
“Que si quería me la sacaba ahora mismo”: ya
era casi urgente la extracción después de quitarme el empaste que tenía desde
hace treinta años. Pero yo no estaba preparado psicológicamente para perder y
pospuse la decisión. También “la extracción” me costaba 40 euros frente a la
gratuidad que me ofrece hacérmelo por la Seguridad Social.
Entonces llegaron las lamentaciones, no me
gusta la palabra depresión, aunque creo que la decepción que había tenido era
una buena causa. Inevitablemente me vino a la cabeza la euforia de hace una semana.
Me hallaba en un momento crítico
para mi continuidad en el trabajo. Justo el día 7 de diciembre lunes, era el día
en que, con toda probabilidad, se me hubiera acabado el trabajo por
reincorporación forzosa (había agotado todos los plazos y sus prórrogas) de la
persona cuya plaza ocupo. Por eso me había tomado un resto de mis vacaciones
anuales; para no perderlo. Pero el día 30 de noviembre al volver a mi mesa de despacho
había una carta en la que se decía que se habían iniciado los trámites para la
incapacidad permanente. No sé cuánto me durará esta nueva prórroga, pero
mientras hay vida hay esperanza, de ganar, pero nunca es ganar absolutamente: es permanecer, regatear a la adversidad, a la muerte. Además ese día, yendo al
trabajo, al lado de un contenedor de basura, me encontré una bicicleta en bastante buen estado, con polvo y las
ruedas deshinchadas y me la llevé tan contento. Pensé que eso sería una
pequeña alegría antes de la derrota laboral. Después de sumarle al día la carta, me sentía eufórico. Y no me gusta
la euforia. “Después de las grandes victorias vienen las grandes derrotas y
viceversa”, es una de mis divisas, mezcla de estadística y superstición.
Con esta pérdida de muela de hoy, ya pasada
la cincuentena, creo comprender que la vida es un juego, que cuando es joven se duerme bien, uno está generalmente saludable y aguanta y
se recupera de todo, y no recibe avisos fúnebres y frenazos incomprensibles de los órganos del cuerpo; en
resumen, que cuando se es joven, generalmente “se gana”. Hoy he comprendido que cuando se es viejo
generalmente “se pierde” y cuanto antes lo comprenda, antes lo asumiré y
aprenderé a sobrellevarlo: seré más conservador -ya lo iba siendo- mientras se
me muere gente, se me estropean las facultades y me acerco a la derrota final,
que es la muerte. Porque moriré, la cuestión está en hacerlo después de los setenta y cinco, de seguir luchando por conseguir prestigio y cosas, y por que mi hija sea feliz y esté tan
agradecida a la vida, que decida prolongarla, como yo he hecho. Y que si eso sucede, sienta yo que dejé una huella, que iba a alguna parte, que mi sangre sigue amando
y conociendo, por los siglos de los siglos. Creo que es la única posibilidad de
seguir “ganando”algo por delegación, ya que la vida mía mayoritariamente será
“perder”.
Amigo, aunque el tema es doloroso, tengo que decirle lo placentero que es leerle. Le dejo un regalito musical para palear el mal rato. Se trata de una de las orquestas más afamadas de Cuba. https://www.youtube.com/watch?v=RuS95i_OvKU
ResponderEliminargracias amigo, estoy pasando las de Caín. Todo se ha complicado con una infección, dolorosísimo raspado de hueso cuatro días después de la extracción y ahora depositar fe en los antibióticos. (Afortunadamente youtube no me dejó abrir el video, porque ahora todo el tema dental me suena a cuerno quemado). Un abrazo
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