viernes, 9 de octubre de 2015

Otro orgasmo.

Me va entrando cada vez más sabiduría a medida que me adentro en la vejez. Ayer disfruté conscientemente de una situación placentera, hondamente placentera; tanto (y no me lo hubiera reconocido -y mucho menos en público- con menos de 50 años) como un buen orgasmo. Y fui feliz reconociéndolo.

Veréis.
Al salir del trabajo tengo que subir unas escaleras con bastante pendiente. Normalmente giro a la izquierda, subo otros escalones y entro al servicio a orinar. Ayer ya sentía la llamada, la sutil presión. Llegó la hora y no encontraba las llaves para cerrar la oficina e irme. No era posible que las hubiera perdido fuera porque había abierto por la mañana. Me volví loco durante cinco minutos buscándolas y volviéndolas a buscar en el mismo sitio..., cajones, bolsillos, interscticios de sillones, el suelo, detrás de los radiadores, debajo de los teclados, otra vez bolsillos.... pero a la vez, me estaba meando, juntaba las rodillas y, como no quería subir dos veces las escaleras; trataba de aguantar hasta que las encontrara. En un ataque de razón, claudiqué. Me rendí y me fui entre apreturas, sin haber encontrado las llaves, sin cerrar la puerta, deseando que nadie estuviera ocupando en ese momento el cuarto de aseo, a la urgencia. Y llegué penosamente, cruzando las piernas y aguantándome el paquete.

Nadie estaba en el baño y pude mear a gusto, muy a gusto.

Y pensé que cuando uno está en la prestigiada faena orgásmica trata de aguantar los segundos de placer y de atenazar los momentos, los tactos, las convulsiones..., de ser hiperconsciente de todo, un poco desesperadamente, como un gourmet, antes de que se vaya.

Ayer hice yo lo mismo mientras meaba. Fue casi un minuto de oír el chorro y sentir la dulce liberación del escroto, de la próstata, de la vejiga.., disfruté como una erección dentro de la pelvis, y me concentré en eso: en gozar.

Había tenido una escalada al cenit del gusto y ahora soy tan inteligente para apurar el goce de ese privilegio con los cinco sentidos; aunque no tenga la épica, la mística, el orgullo contable, de una conquista amorosa. Pero un placer igual de mayúsculo.

Después bajé tranquilamente las escaleras y volví a la oficina donde, con la tranquilidad del reposo y la bajada del ritmo cardíaco y la ecuanimidad que da un buen polvo, encontré las llaves.

Y salí a la calle, quince minutos más tarde, con una sonrisa de bobo encantado que nadie comprendería.

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