En los países desarrollados, que somos los que más estropeamos por habitante, la situación de la epidemia de individuos se enmendó con el trabajo de la mujer fuera de casa y los anticonceptivos; pero el resto de la humanidad, que ahora tiene a su favor -y en su contra- un arsenal de ventajas médicas, crece descontroladamente y, además, querría apuntarse cuanto antes al carro del consumo que tenemos los ricos.
El mundo no puede soportar que se le dé de sí tanto, que se le saque de sus quicios. Estas calorinas huracanes y tifones tan abundantes últimamente son estornudos, síntomas de una enfermedad que deberíamos auscultar y curar.
No queda elegante alabar a una dictadura por algo inhumano como la política del hijo único, limitar drásticamente un derecho natural tan básico como prolongar su vida. Pero tenemos que vernos como especie, desde un punto de vista global. Los humanos somos una epidemia devastadora para el planeta.
Si no
hemos aprendido como género a limitar nuestra acción nociva y regateamos como
chalanes los acuerdos de Kyoto y hasta los alemanes, tan
pluscuamperfectos, ecológicos y exigentes, hacían trampas para ensuciar.
Se ve que hace falta un
padre, un ser superior a los humanos, que nos eduque, que nos obligue, que nos deje sin postre, que nos pegue.., porque nosotros somos niños mal criados. Al final nos desheredará.
(Aunque creo
haber escuchado que el padrecito Mao se montaba tremendas orgías y quizá
tuviera varios hijos.)
Lo que prueba
una vez más eso que siempre se dijo de los curas “haced lo que predico, pero no
se os ocurra seguir mi ejemplo.
En cualquier
caso: hoy quiero desde este humilde bolg dar gracias a Mao y a sus seguidores. Fueron generosos porque 300 millones de chinos más, más nos aplastarían a todos los demás económica y militarmente, y ese poder suele gustar a los gobernantes.
Con trescientos millones de chinos
menos que nos ahorraron, quizá aún nos quede un plazo para
rectificar nuestro suicidio planetario.
Pues ya estamos jodidos: se acabó lo del hijo único.
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