Se tiene al primero, William, por el más grande literato de todos los tiempos; creador de sabiduría, el idioma inglés, el teatro universal, están llenos de moldes que le agradecemos sinceramente.
Por otro lado el segundo, Adolf, es lo peor de lo peor; y lo peor suyo fue mandar asesinar fríamente a 6,7, 8 millones de personas por el hecho de ser de una determinada etnia: gitanos y muy mayoritariamente judíos.
Pero el dios de la literatura y el diablo del siglo XX sentían la misma repugnancia por los judíos. Lo he advertido al presenciar El mercader de Venecia que se representó el pasado 18 de julio en Olmedo (Valladolid). Yo no sabía esto, en la obra el judío es malo por sí mismo, su hija no le quiere y además huye con su dinero a entregarse a un gentil. No sé si también deja mal a la hija tan poco reflexiva y tan traidora al hombre que le ha dado el ser y la ha mantenido. Porque Shakespeare no se molesta en argumentar por qué la hija pudiera querer abandonar de mala manera la casa de su padre, creo que para el genial dramaturgo que se sobreentiende que huya del repugnante prestamista porque lo hace por interés.
O del repugnante judío, supongo que esto me traerá visitas de Israel. Pero no es mi pensamiento: admiro sincera y profundamente a esa raza tan fértil en las artes y las ciencias. No estoy de acuerdo con las injusticias y con la brutalidad con la que tratan a los palestinos, aunque tampoco esté a favor de aquellos que preparan y disparan loa cohetes Kazam.
Lo que no creo es que esta obra (que es más antisemita, que portadora de razonables morales) se represente cómodamente en Israel. Es tan alusiva que no pueden dejar de indignarse por su contenido. Y tampoco en la patria de Adlof; parece que provoca el antisemitismo, y allí deberían ser muy sensibles a provocaciones o justificaciones del holocausto.
Lo dicho: una grave injusticia contra Shilock, que no me puede dejar indiferente, y por esta indignación escribo contra el más grande literato o dramaturgo, por pura justicia.
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