Amo a este literato y ya he dado cuenta de ello en dos libros anteriores, El Malvado Caravel y El Bosque Animado. No es menos buena esta juvenil obra.
En ella está el nihilismo humildista que ya recogí en otra cita. Para él el género humano no es casi nada y toda gloria es vana. Creo que murió en el año 64 cuando yo iba a nacer. Prometo leer todos los libros que caigan en mis manos. Tendréis noticia de ello, pero ahora disfrutad.
El gris del mar
brillaba ahora herido de soslayo por las últimas luces de la tarde. Después se
tornaría más oscuro y opaco; simularía en su quietud como una llanura donde los
pies podrían asentarse y andar. Y la noche tendría también esos misteriosos matices
que luce el mar bajo la suave claridad de los astros.
Las montañas de la
opuesta orilla iban sumergiéndose lentamente en sombras. La eterna y vieja
belleza del crepúsculo, suavemente tamizado por las nubes, se mostraba una día
más con su sencillez inmutable. Y los humildes hombres de la playa caminaron
hacia su embarcación. El hijo del ahogado saludó, riente, y Sergio pensó en lo
extraño de aquella risa, cuando entre las aguas que iba a surcar el mozo vagaba
aún el hinchado cadáver del padre, esperando ser arrojado un día a cualquier
playa, sin ojos, con los labios comidos por los cangrejos, con el vientre
deforme... sin embargo era así y debía ser así...
En aquella hora de
paz, atalayando los montes y el mar la curva línea de la gándara, imbuido por
la gigantesca solemnidad de las cosas, Sergio tuvo un atisbo de comprensión:
comprendió la pequeñez del cadáver marinero, invisible, perdido entre las aguas
con la misma indiferencia que el del delfín; comprendió la naturalidad del
amor... ¿por qué torturarse complicándolo con morbosidades? Para la muerte y
para el amor, para las miserias que sabemos miserias y para las miserias que
creemos grandezas, la Naturaleza tiene el mismo gesto dulce, la misma mirada
candorosa de Volvoreta, la misma misteriosa tranquilidad. Las fuentes brotan para los labios; del mantillo que forman en el bosque las hojas caídas y muertas se nutren árboles nuevos...
Y todo en una gran placidez inmutable.
Estos viejos
axiomas se insinuaron en el alma de Sergio, y la idea de su egocentrismo se
diluyó y sintió un gran bien en advertirse ligado sutilmente a los montes, al
mar, a las rocas, al río, a las nubes oscuras, como átomos de una obra gigantesca, de oscuro significado, en la cual sus sentimientos y voliciones
eran como el estallido de una burbujita en el mar.
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