martes, 27 de enero de 2015

Volvoreta Wenceslao Fernández Flórez

Amo a este literato y ya he dado cuenta de ello en dos libros anteriores, El Malvado Caravel y El Bosque Animado. No es menos buena esta juvenil obra.
En ella está el nihilismo humildista que ya recogí en otra cita. Para él el género humano no es casi nada y toda gloria es vana. Creo que murió en el año 64 cuando yo iba a nacer. Prometo leer todos los libros que caigan en mis manos. Tendréis noticia de ello, pero ahora disfrutad. 

El gris del mar brillaba ahora herido de soslayo por las últimas luces de la tarde. Después se tornaría más oscuro y opaco; simularía en su quietud como una llanura donde los pies podrían asentarse y andar. Y la noche tendría también esos misteriosos matices que luce el mar bajo la suave claridad de los astros. 
Las montañas de la opuesta orilla iban sumergiéndose lentamente en sombras. La eterna y vieja belleza del crepúsculo, suavemente tamizado por las nubes, se mostraba una día más con su sencillez inmutable. Y los humildes hombres de la playa caminaron hacia su embarcación. El hijo del ahogado saludó, riente, y Sergio pensó en lo extraño de aquella risa, cuando entre las aguas que iba a surcar el mozo vagaba aún el hinchado cadáver del padre, esperando ser arrojado un día a cualquier playa, sin ojos, con los labios comidos por los cangrejos, con el vientre deforme... sin embargo era así y debía ser así...
En aquella hora de paz, atalayando los montes y el mar la curva línea de la gándara, imbuido por la gigantesca solemnidad de las cosas, Sergio tuvo un atisbo de comprensión: comprendió la pequeñez del cadáver marinero, invisible, perdido entre las aguas con la misma indiferencia que el del delfín; comprendió la naturalidad del amor... ¿por qué torturarse complicándolo con morbosidades? Para la muerte y para el amor, para las miserias que sabemos miserias y para las miserias que creemos grandezas, la Naturaleza tiene el mismo gesto dulce, la misma mirada candorosa de Volvoreta, la misma misteriosa tranquilidad. Las  fuentes brotan para los labios; del mantillo que forman en el bosque las hojas caídas y muertas se nutren árboles nuevos... Y todo en una gran placidez inmutable.

Estos viejos axiomas se insinuaron en el alma de Sergio, y la idea de su egocentrismo se diluyó y sintió un gran bien en advertirse ligado sutilmente a los montes, al mar, a las rocas, al río, a las nubes oscuras, como átomos de una obra gigantesca, de oscuro significado, en la cual sus sentimientos y voliciones eran como el estallido de una burbujita en el mar.

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