Hoy domingo 18 de enero volvía de por el pan
pensando en el periódico que hace mucho que no llevo. Durante muchos domingos
compré El País porque era un aliciente y una manera de cerrar y abrir la
semana, recapitulando y fijando las noticias, aderezadas con unos análisis sesudos (parteros socráticos de propio pensamiento elaborado) historias de
investigación, entrevistas, deportes, y la final, artículos reflexión de alta calidad
literaria.
Hace más de 30 años que empecé esto que duró,
con muy pocas discontinuidades, veinticinco años. Yo siempre lo he bajado a
comprar, había tanto que leer que quería empezar cuanto antes para no contraer
la deuda de arrastrarlo el principio de semana. En los años 82 y
siguientes lo hice en mi piso de
estudiante compartiendo las diferentes secciones que se separaban fácilmente
con los compañeros. Después, cuando volví a mi casa, con mi padre; más tarde,
yo mismo, con mi mujer. No sé, pero creo que la causa es que antes el periódico
daba mucho por poco dinero y ahora da mucho menos por más. Supongo que lo
básico es que tengo demasiados libros comprados a un euro sin leer en mi casa y es un déficit de
tiempo que ya no me permite emplear gozosamente cuatro horas de lectura sin
pensar culpablemente en la obligación de dar justicia a aquellos libros de
segunda mano que compro a un euro.
Aunque ya no necesitaría cuatro horas, ahora
viene un contenido mucho menor, casi nada de publicidad y las promociones ya
hace tiempo que no son atractivas: en los 25 años seguí bastantes colecciones que
encuaderné y luego otras cosas. Tampoco me interesa tanto, creo que esto es
porque me hago viejo y escéptico, diseccionar la actualidad. Y ya no me
interesan casi nada los deportes, que con tanta calidad literaria trataban.
El caso es que hoy pienso fijamente en Manuel
Vicent, cuya columna final yo leía siempre
la primera, de pie, andando, cuando de vuelta con la barra de pan en el
sobaco y agarrando como podía el resto del papelaje, la consumía con una mezcla
de ávido placer y de obligación dominical de origen religioso.
De escritura etérea y muy mediterránea, no solía entrar casi nunca en la actualidad
rabiosa y resultaba como un masaje estético y ético. Uno se imaginaba a aquel
señor libando palabras por las alturas, con limpísima ropa de lino blanco y un
sombrero de paja, descalzo, sentado en una mecedora de mimbre en una amplia una
terraza que daba a un sol marinado, cerca
un cesto lleno de frutas... oliendo a olivos. Cuajando esa excrecencia melífera
que, cristalizada, nos ofrecía a los lectores. Todo caro y lujoso.
Ya no puede ser así. Probablemente Vicent
sigue firmando el mismo hermoso artículo, pero ahora ya El País no tira dos
millones de ejemplares cada domingo. No me molesto en calcular que no llegará
una décima parte de eso; muchos menos lectores, porque yo nunca he leído en la
versión electrónica a este escritor, no tengo internet y el lunes no sería capaz de columpiarme dos
minutos con su esteticismo. Creo que cuando tenga internet en casa tampoco lo leeré,
cuando leo algo en electrónico no me cala igual que si lo leo en papel, y
en este caso me parece necesaria esta cualidad osmótica.
Seguro que muchos españoles (con lo que por,
peso específico, puedo afirmar que los españoles en general) somos más pobres, más cutres, menos
sensibles; porque hemos dejado de tener las periódicas referencias culturales y
estéticas. Seguramente las había
análogas en otros periódicos. También pienso en Javier Marías, un gran
reflexionador, más actual, con mayor recorrido de caracteres, en la página
final de la revista de El País Semanal, cuyos argumentos la gente hacía suyos
casi siempre sin citarle. Ahora, las referencias son acontecimientos virales
como perros que se mean artísticamente haciendo equilibrios sobre las dos patas
delanteras, gente que grita o se declara el selfie de Obama con la cara
mosqueada de su mujer. (Me voy ahora a esto que debió de ser hace un año y yo
pienso en la primera ministra danesa que
se convirtió viralmente para siempre en “la que se hizo el selfie
con Obama”.)
¡Qué diferencia! Nunca fuimos el país culto
que merecíamos por lengua, literatura y teatro. Ahora andamos perdidos por el
universo, sin nutricias referencias leyendo sólo los titulares de periódicos
y rebotando tonterías graciosas que nos llegan. Sin tener más análisis que los simplistas
que proporcionan las radios -nunca la reflexión oral se acerca a la solvencia
intelectual de la escrita- o el titular
que dan los políticos para sus seguidores en los acontecimientos artificiales
que montan para llenar la actualidad del fin de semana.
Lo peor es que sigo acumulando déficit de
lectura, y de relectura, que también me apetecería ya. Voy a acabar de
escribir, porque ya son las 11 y 29.
A lo que debemos añadir que eso de escribir surcos en la huerta también ocupa mucho tiempo, no?
ResponderEliminarSí, amigo, y es una obligación bien exigente. Por eso también se reduce mi producción bloguera: uno tiene que ir a lo concreto; patatas pimientos y tomates, frente a una inciertísima gloria literaria
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