lunes, 19 de enero de 2015

DOMINGO 2015


Hoy domingo 18 de enero volvía de por el pan pensando en el periódico que hace mucho que no llevo. Durante muchos domingos compré El País porque era un aliciente y una manera de cerrar y abrir la semana, recapitulando y fijando las noticias, aderezadas con unos análisis sesudos (parteros socráticos de propio pensamiento elaborado) historias de investigación, entrevistas, deportes, y la final, artículos reflexión de alta calidad literaria.
Hace más de 30 años que empecé esto que duró, con muy pocas discontinuidades, veinticinco años. Yo siempre lo he bajado a comprar, había tanto que leer que quería empezar cuanto antes para no contraer la deuda de arrastrarlo el principio de semana. En los años 82 y siguientes  lo hice en mi piso de estudiante compartiendo las diferentes secciones que se separaban fácilmente con los compañeros. Después, cuando volví a mi casa, con mi padre; más tarde, yo mismo, con mi mujer. No sé, pero creo que la causa es que antes el periódico daba mucho por poco dinero y ahora da mucho menos por más. Supongo que lo básico es que tengo demasiados libros comprados a un euro sin leer en mi casa y es un déficit de tiempo que ya no me permite emplear gozosamente cuatro horas de lectura sin pensar culpablemente en la obligación de dar justicia a aquellos libros de segunda mano que compro a un euro.
Aunque ya no necesitaría cuatro horas, ahora viene un contenido mucho menor, casi nada de publicidad y las promociones ya hace tiempo que no son atractivas: en los 25 años  seguí bastantes colecciones que encuaderné y luego otras cosas. Tampoco me interesa tanto, creo que esto es porque me hago viejo y escéptico, diseccionar la actualidad. Y ya no me interesan casi nada los deportes, que con tanta calidad literaria trataban.
El caso es que hoy pienso fijamente en Manuel Vicent, cuya columna final yo leía siempre  la primera, de pie, andando, cuando de vuelta con la barra de pan en el sobaco y agarrando como podía el resto del papelaje, la consumía con una mezcla de ávido placer y de obligación dominical de origen religioso.
De escritura etérea y muy mediterránea,  no solía entrar casi nunca en la actualidad rabiosa y resultaba como un masaje estético y ético. Uno se imaginaba a aquel señor libando palabras por las alturas, con limpísima ropa de lino blanco y un sombrero de paja, descalzo, sentado en una mecedora de mimbre en una amplia una terraza que daba a un sol marinado, cerca un cesto lleno de frutas... oliendo a olivos. Cuajando esa excrecencia melífera que, cristalizada, nos ofrecía a los lectores. Todo caro y lujoso.
Ya no puede ser así. Probablemente Vicent sigue firmando el mismo hermoso artículo, pero ahora ya El País no tira dos millones de ejemplares cada domingo. No me molesto en calcular que no llegará una décima parte de eso; muchos menos lectores, porque yo nunca he leído en la versión electrónica a este escritor, no tengo internet y  el lunes no sería capaz de columpiarme dos minutos con su esteticismo. Creo que cuando tenga internet en casa tampoco lo leeré, cuando leo algo en electrónico no me cala igual que si lo leo en papel, y en este caso me parece necesaria esta cualidad osmótica.
Seguro que muchos españoles (con lo que por, peso específico, puedo afirmar que los españoles en general)  somos más pobres, más cutres, menos sensibles; porque hemos dejado de tener las periódicas referencias culturales y estéticas.  Seguramente las había análogas en otros periódicos. También pienso en Javier Marías, un gran reflexionador, más actual, con mayor recorrido de caracteres, en la página final de la revista de El País Semanal, cuyos argumentos la gente hacía suyos casi siempre sin citarle. Ahora, las referencias son acontecimientos virales como perros que se mean artísticamente haciendo equilibrios sobre las dos patas delanteras, gente que grita o se declara el selfie de Obama con la cara mosqueada de su mujer. (Me voy ahora a esto que debió de ser hace un año y yo pienso en la primera ministra danesa que  se convirtió viralmente para siempre en “la que se hizo el selfie con Obama”.)

¡Qué diferencia! Nunca fuimos el país culto que merecíamos por lengua, literatura y teatro. Ahora andamos perdidos por el universo, sin nutricias referencias leyendo sólo los titulares de periódicos y rebotando tonterías graciosas que nos llegan. Sin tener más análisis que los simplistas que proporcionan las radios -nunca la reflexión oral se acerca a la solvencia intelectual de la escrita-  o el titular que dan los políticos para sus seguidores en los acontecimientos artificiales que montan para llenar la actualidad del fin de semana.

Lo peor es que sigo acumulando déficit de lectura, y de relectura, que también me apetecería ya. Voy a acabar de escribir, porque ya son las 11 y 29.


2 comentarios:

  1. A lo que debemos añadir que eso de escribir surcos en la huerta también ocupa mucho tiempo, no?

    ResponderEliminar
  2. Sí, amigo, y es una obligación bien exigente. Por eso también se reduce mi producción bloguera: uno tiene que ir a lo concreto; patatas pimientos y tomates, frente a una inciertísima gloria literaria

    ResponderEliminar