Cayó en mis manos esta biografía de
Induráin escrita por Javier García Sánchez, el autor del libro El Alpe D' Huez,
-que he leído y me pareció una garantía de calidad-, así que decidí comprar el
libro. Casi todas las biografías se leen fácilmente: así me sucede con la de mi
quinto Induráin que nació un par de meses antes que yo, y a quien he tenido la
emoción de ver y hasta de hacer fotos.
Tengo una de su última contrarreloj, porque la disputó en Ávila; dos o tres días después se “bajó de la bicicleta” para no volver a competir más.
Tengo una de su última contrarreloj, porque la disputó en Ávila; dos o tres días después se “bajó de la bicicleta” para no volver a competir más.
Leer
ese libro para mí es recordar lo vivido desde el sofá muchas tardes de verano,
mirando el Tour, campeonatos del mundo, olimpiadas... Vuelta a España... con él
y con Perico Delgado, años antes. Es mucho tiempo invertido en la historia del
deporte, en la historia popular de nuestra España, tan volcada entonces en esas
gestas de carretera.
Mucho
tiempo desaprovechado en verdad, pero totalmente perdido el despilfarrado en
Amstrong, su sucesor. A éste ya no le seguí tanto por no ser español y porque
tenía otras ocupaciones que me lo impidieron. Amstrong ganó siete tours y lo
hizo de forma más brillante, más espectacular, que Induráin.
¡Yo también le ví atacar aquellas arrancadas, aquellas “minutadas”!; todo
irrepetible. ¡Cuánta gente se lo grabaría en vídeo para repetírselo, para
atestiguárselo a sí mismo en el futuro! Yo
solamente tengo grabado el record de la hora de Induráin; valiente estupidez:
cientos de vueltas a un velódromo, pero lo hice por la épica, por tener una
joya en mi videoteca. Lo conservo porque ya no grabo en vídeo.
El problema de los que siguieron/seguimos a Amstrong es que todo fue
anulado porque se le descubrió que hacía trampa con el dopaje. Habrá que haber
cambiado los palmarés de todos esos años; la historia, las gestas, las victorias
en etapas tan carismáticas, porque todo fue una farsa: aunque fuera muy
meritoria y llena de esfuerzo, sufrimientos y litros de sudor; quedó huero,
porque se hizo con ayuda de medicamentos o transfusiones tramposas. Aquel
hombre perdió el honor; su huella en la historia sentimental de los seguidores
de la épica de las bicicletas, quedó en el centro de una boñiga. Los segundos o los terceros, sentirán que sus
gestas aledañas, su esfuerzo compitiendo al lado del tramposo, está salpicado
de esa caca y tiene casi el mismo valor, porque todo el mundo quiere olvidar
aquellos años estafados.
Leyendo ahora todo lo que viví de Induráin como histórico, hazañas que
no sabía que estuvieran en mi memoria, me duelen todavía más las que vi, (o no
vi pero otros vieron), de Amstrong. Es imposible que ese hombre pague nunca tanta
ilusión frustrada, tanto comentario ditirámbico de los periodistas(1) y pero,
sobre todo, de los aficionados, toda la
emoción de sentir por la televisión aquellas barbaridades sobrehumanas.
El cálculo de tiempo de audiencia de tele y de radio estafadas tiene
que ser estratosférico: varias horas por persona y veintitantos días, a lo
largo de siete años. Las distracciones, las discusiones, las comidas que se
quemaron en la cocina por distraerse presenciando aquellas subidas, los
divorcios por falta de atención a la esposa, los hijos con los que no se habló
de cosas importantes en aquellas horas mentirosas...
Nadie conseguiría indemnizar por el tiempo perdido, la vida estafada en
todas aquellas horas que fueron de falsa felicidad, “yo lo vi”.
(1) los periodistas ganaron su salario, (no
les pagaron con dinero falso) eso fue verdad así que no perdieron el tiempo del todo.
Pero no sé si también embarraron prestigio, al fin y al cabo ellos tienen que
contar al público la verdad y aquello no lo era. Pienso que el trabajo de
ellos, su narración, sus adjetivos, sus aleluyas, sus pronósticos, queda ensuciado injustamente por
aquellas trampas. Como una vergüenza.
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