Mi trabajo de buscar gente para
exigirles dinero, (no dinero, exactamente, sino la firma que acredite que les
he requerido una cantidad e informado del plazo para pagar u oponerse
judicialmente, y la cuenta del banco y,
de propina les he apercibido de las consecuencias de la falta de pago u
oposición, vaya: de que no hagan caso) tiene componentes
detectivesco-matoniles:
Uno llega a un pueblo marginal, que coincide
que se lleva tan “a matar” con los del
pueblo de al lado que han quemado el cartel informativo de su nombre en la
carretera y encuentra, normalmente preguntando, la dirección de quien busca
(como en la mayoría de los pueblos los números de las calles bailan o,
directamente, no están: casi siempre me veo forzado a preguntar) y la gente,
ante lo novedoso de un tipo con bigote y una carpeta de papeles, te suele
contestar con esa inevitable curiosidad pueblerina ¿y a quién busca usted?
Entonces tengo que decir el
nombre. Si dijera ¿a usted qué le importa? o tengo que guardar mi celo
profesional, no haría otra cosa que excitar más su curiosidad, además de
mostrar una glacialidad rayana con la mala educación. (Pésima tarjeta de visita
para la siguiente vez que vuelva y que tenga que preguntar a la escasa gente
que encuentre andando por la calle en estos pueblos tan pequeños).
Así que confieso el nombre. A
veces me dicen “pues no vive ahí; esa es la casa de su madre” o “mírele,
por ahí va: ese de las vacas es” o ya no vive aquí, pero lo normal
es que en ese momento te digan “Ah, el Mulo…El Cagarrias.. -y entonces
me entero del mote de mi cliente-, Pues no le va usted a encontrar en casa:
estará en la nave” De todas maneras yo empiezo por ir y a la casa y una voz
de anciana me pregunta quién soy.
-“Del Juzgado” quiero hablar con
…
-Es mi hijo, estará en la Nave.
Hace unos cuantos viernes estuve
en la nave ganadera que me habían identificado, como la de mi cliente, rodeado
de vacas, olivos y chumberas esperando que mi objetivo de esa mañana volviera
con su tractor. Por si acaso, con mi coche bolqueando la salida del suyo no
fuera a ser que me diera esquinazo (esto lo he copiado de una película de
Humprey Bogart)
Como Bogart no soy duro, si no es
necesario. El oficio, el ingenio, pero sobre todo los interlocutores, no me dan
para ser cínico, aunque se me cruzan frases por la cabeza.
Me siento raro, apostado una hora,
disfrutando del gorjeo de los pájaros y de la vista de los alrededores, a que
vuelva un vaquero a quien requerir, informar, apercibir y arrancarle una firma.
No me importa el omnipresente olor a estiércol vacuno; incluso me trae
recuerdos de la niñez. Menos mal que uno tiene inquietudes literarias y
fotográficas, porque si no me volvería de muy mal humor a casa.
Casi al final, donde vuelvo es al
domicilio, a la casa de su madre. Insisto y me da su permiso para entrar. La
puerta de la casa está abierta. La mayoría de las casas habitadas de los
pueblos lo están, pero en esta tiene más sentido porque la mujer está sentada.
Es una anciana, luego debería haber escrito “postrada” en una silla. Obviamente, no se levanta. Al
lado, tiene el mando de la televisión y el teléfono. Me dice que su hijo vendrá
a comer. Le he dicho que ya es la hora de comer y que ya he visto pasar a mucha
gente que venía a comer. En los pueblos se come sobre la una así que pienso que
la señora habrá avisado a su hijo por teléfono de que venía “un moscón del
Juzgado” y por eso no aparece. La presiono; le digo que yo prefiero practicar
la diligencia judicial con su hijo, hacerle las advertencias que tengo que
hacerle y que me firme él. Pero también, que tengo fe publica, que como he
venido al domicilio que se me señala, y ella es una persona mayor de 14 años,
(ochenta y dos me dice entonces que tiene) y está en condiciones de entender y
transmitir a su hijo lo que ordena la Justicia , y que da igual si me firma o no, porque
firmo yo con la fe pública que mi cargo me otorga. Entonces llama por teléfono
a su nuera que vive al lado y se persona allí, y la vuelvo a explicar todo, y
llama a su marido, y su marido, que no sé si la tiene al corriente de la
situación; da voces al otro lado de la línea. Ella dice que “este señor está
aquí y tiene que hacer su trabajo, y lo que sea es cosa tuya y no de tu madre,
así que atiéndele”.
Me dice que tiene que pasar por
la nave a soltar el tractor, que le espere aquí. Y yo, que no me apetece
terminar entablando conversación con la abuela y la nuera sobre las incidencias
de un programa matinal de esa televisión que no se ha apagado en ningún
momento, le digo que le espero en la nave yo. ¿pero sabe donde es?
Sí, -respondo yo-, llevo hora y
cuarto esperando a la puerta de la nave (he tomado confianza con la nave, por
eso no digo “su” nave, sino “la” nave) y ha pasado un montón de gente (es
mentira; sólo han pasado dos personas, pero eso de que lo sepa la gente o pueda
preguntarse y llegue a preguntarnos, es una de las principales armas de
intimidación de nuestro oficio). -Dígale que le espero allí y que sepa que
tengo ganas de comer y todavía estoy a treinta y cinco kilómetros de mi casa.
La abuela pregunta ¿qué hora es?
y ya son las dos menos veinte.
Cuando llego a la nave ya está allí
el tractor, yo descuidadamente bloqueo de nuevo su coche. El hombre todavía trata
de escabullirse, o de putearme, porque se ha metido entre las vacas. Tengo que
volver a vocear.
Por fin puedo explicarle, le
repito lo que las resoluciones que tengo que notificar dicen. Se hace corto de
entendederas, dice que ya lo verá su abogado. En los pueblos todo el mundo dice
que tiene abogado, pero, casi siempre, es mentira. Porque minutos después
veremos que me preguntarán como conseguir un abogado de oficio. Me dice que no
tiene dinero para pagar. Entonces les digo que si no tiene nada, nada tienen de
qué preocuparse; pero si tiene algo a su
nombre, pensiones, ayudas a la producción agraria, fincas, casas... lo
encontrarán los ordenadores, y entonces se coge de allí o se vende en pública
subasta.
Entonces es cuando la mayoría se
vienen abajo y me preguntan si pueden pagarlo a plazos, a lo que respondo que
la deuda es con un particular y este la quiere entera, que si quieren plazos
habrán de negociar con él, pero a nosotros, al Juzgado, sólo nos vale la
cantidad entera, que si fuera una multa, normalmente se concede el pago
aplazado. ( por si lo ha oído, es corriente que los pagos de las multas por
alcoholemia nos los soliciten y se concedan aplazados). Es entonces cuando me
dicen lo del abogado de oficio. Yo
les digo lo de siempre: que si les
conceden un abogado de oficio, no conseguirán otra cosa que un pequeño retraso,
a no ser que tengan razón y la deuda no exista, pero que si no la tienen lo
único que conseguirán será que les aumenten los intereses de la deuda,
(actualmente el interés legal es muy superior al “del mercado”) y seguramente al
final el juez les condenará a pagar las costas judiciales, es decir, los
honorarios del abogado de la parte contraria, que cobra bastante más si tiene
que “batallar” contra otro abogado que si, simplemente, ejecuta la deuda. Miran
los papeles, dudan si firmar,
¿Y si no firmo?. Entonces yo suelto esta retahíla.
Da igual: yo soy el secretario
y doy fe. Pa que se haga usted una idea, yo soy como el Guardia Civil que pueda
verle saltarse un STOP. Simplemente lo que digo va a misa, y pongo debajo: “se niega a firmar” y el Juez
ya verá. Esto, como que
advirtiendo.
-Entonces, ¿firmo aquí?
-Entonces, ¿firmo aquí?
Sí aquí debajo.
Les pido el DNI tomo su número y
firman a regañadientes sobre mi carpeta apoyada contra una pared. Yo me despido
deseándoles suerte, y les recuerdo que si no hacen nada en poco más de un mes
vendré a notificar que se está ejecutando la deuda, pero ya no será esa
cantidad sino un 15 por ciento más.
Arranco el coche y, al llegar a
la autovía abro la ventanilla para que se renueve el aire y me va
desapareciendo el olor a estiércol. No sé si esto de acogotar a pobres deudores
es un trabajo honorable, pero es lo mejor y más seguro que hay para mí.
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