Acabo de leer este libro de Claudio
Sánchez-Albornoz que, por haber sido un importantísimo historiador, político
republicano y, por más señas de interés para mí, abulense que tuvo una señalada intervención en
las Cortes Españolas a favor de la recuperación de un injusto despojo que
habían sufrido los bienes del pueblo de Mombeltrán, no podía dejar escapar de mis manos.
El libro, de 1972, es el de un exiliado que
se arroga un papel y una omnipresencia que a mí me
resulta exagerado, comercial, excesivamente cómico y chascarrilloso (voy a
patentar este adjetivo). Yo prefiero más rigor, no que sea tan divertido, aunque ilustra la época con su humor distante, yo creo que algo influido por el altivo cinismo que puede
atribuirse a los argentinos (Sánchez Albornoz llevaba treinta y muchos años en la Argentina ).
Pero al final, en los capítulos del epílogo, despacha análisis de calado. La transición se presiente y
quiere recomendar, desde la durísima experiencia política de su generación, a
los españoles que presume van a leerle.
¿la historia maestra de la vida? No sé. Ahí
van mis recuerdos para que se sepa cómo ocurrieron algunos sucesos. Para que se
pueda juzgar a algunos hombres. Para que no se ignoren los errores que los
republicanos cometimos al creer que estábamos solos en España. Para que se
recuerde que cada país en cada instante de su vida debe contar con su geografía
y con su ayer. Para que no se alimenten torpes ilusiones ni se vuelvan a cometer
las mismas flaquezas. Para que se desconfíe de los hombres providenciales; muy
pocos lo han sido en la historia y el egoísmo de muchos (que se lo creyeron) (1) ha
sido catastrófico. Para que los caudillos se abroquelen contra la adulación y
pongan en cuarentena promesas y seguridades. Para que se escuchen las voces de
los segundones, a veces más anclados en la realidad que los grandes orgullosos.
Para que se estime en lo que vale el diálogo, la tolerancia, y el contraste en
libertad del juego de las ideas. Para que cuando ese diálogo no sea posible no
se vacile en actuar con firmeza a tiempo de evitar la guerra intestina. Para
que se busque por todos los caminos la paz fraterna, porque las heridas del
odio no cicatrizan nunca o cicatrizan muy despacio. Para que no se olvide que
hay siempre un mañana en el cual el ayer, al parecer más opresor o más
revolucionario, ha llegado a ser juzgado como un rosado paraíso de delicias por
quienes peor le soportaban, porque el presente es aún más duro y cruel que el
sombrío pasado. Para que nadie espere detener el inexorable correr de los años
y nadie confíe en poder acelerarlo a su capricho (...)
Lo mejor de esto es que vale para España y Cataluña,
para Ucrania, para Cuba, para Siria, para Afganistán ... para...
(1.) me he permitido añadir esto
de mi cosecha, por eso lo he dejado entre paréntesis.
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