El método periodístico.
Primero debe ser buscar con celo todos los hechos sin despreciar ninguno. Después, claro, interpretar, juzgar si son buenos o malos moralmente, con la moral más ubicua y universal, esa que, por serlo siempre, nos hará dudar sobre si quizá en nuestra parcial visión no hemos comprendido. Por último, contarlo de la manera más objetiva. Esos son los periodistas que yo aprecio.
Hay gente que prefiere a los periodistas de cuadra, los marcados con el hierro del medio al que pertenecen, o los francotiradores del partido al que benefician. Su misión es apuntalar las ideologías de los que los solicitan, proporcionar el alimento del maniqueísmo simplificador: "los míos son los buenos, los contrarios son siempre malos, lo que perjudica a los contrarios debe ser alumbrado, los que perjudica a los propios debe ser confundido, escabullido, ninguneado...".
Hay gente que me dijo que mi libro debería olvidar a las víctimas del bando nacional, "que ya han tenido tiempo suficiente para reivindicarse" y no incidir sobre los desmanes practicados por los defensores de la república "que sobre esos ya cacarearon bastante en los cuarenta años".
Pues no: saldrán todos.
Admiro a periodistas como el pintor Francisco de Goya, ese español que murió en Burdeos, quizá afrancesado en las racionalidades teóricas que traían los napoleónicos, pero con los ojos abiertos para condenar los desmanes de uno y otro lado. Se saborea con incredulidad la verdad en sus grabados.
El Goya de la guerra civil del 36 (habrá más, pero ahora no se me vienen) creo que se llamó Manuel Chaves Nogales, un periodista y escritor, muy viajado (hasta Rusia nada menos, y también entrevistó a Goebbels) , muy privilegiado, afortunado, novelista y también biógrafo del torero de moda Juan Belmonte, que dirigía el periódico republicano "Ahora". Un personaje importante. Nada le hubiera costado seguir a Machado, a Neruda, con la mayoría de los intelectuales y cerrar filas contra el funesto fascismo iniciador de la guerra, desencadenante de la barbarie. Era el derrotero más fácil.
Pero eligió tener los ojos abiertos y abrir los ojos de sus lectores.
He leído su veracísimo libro "A sangre y fuego", escrito en Francia en 1937 donde con una prosa excelente va narrando historias que como los caprichos de Goya no son verdad fotográfica, -doy fe de ello en la que sitúa en el Tiétar-, como no lo es aquel francés o español amputado y calvado en un árbol en medio del campo. Seguro que Goya en Madrid tampoco vio a ningún hombre así.
Pero esos grabados, como los relatos de Chaves Nogales tienen la clarividencia de la verdad bien entendida, escuchada, decantada, horrorizada, ante la noticia de la barbarie que se desató.
Chaves Nogales es duro de leer con los ojos parciales, como son duros de mirar los "desastres" de Goya. Todos tenemos los ojos algo partidarios, por eso también, no deja buen estómago. Pero hay que estar muy comprometido con la verdad verdadera que se ha aprendido para, en 1937, aunque sea ya desde Francia, desnudar de aquella manera las verdades de tus compatriotas.
¡Troppo vero!. De verdad.
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