domingo, 24 de febrero de 2013

STEFAN ZWEIG


SETEFAN ZWEIG.

Puedo decir que con la lectura de este autor ya he llegado a tener contacto intenso con lo más extremo del abecedario. Hace tres años presté mi guitarra y compartí una noche de canciones y, los meses siguientes, correos electrónicos con un danés llamado Keld, residente en Aalborg, que está en el otro extremo, al comienzo de todas las enciclopedias.

Zweig llamó mi atención por ser mencionado en una magnífica serie de la 2ª guerra mundial que presenta sus documentales coloreados, llamada Apocalipsis. Este hombre fue un escritor judío muy austriaco, -creo que luchó en la 1ª Guerra Mundial-, que tuvo que salir por piernas de su patria y expatriado de su idioma y de su mundo, (un judío, gran escritor en alemán ¿para quién podía escribir?),  termina suicidando su contradicción en 1943 en Brasil.
El libro “Impaciencia del corazón” es un prodigio naturalista que nos descubre el alma humana de un militar, atribulado entre el honor, el deber, la humanidad, las ansias de trepar, y la conveniencia. Es una lectura muy fácil y se hace tan apasionante que uno ha tenido muchas veces la tentación de saltarse párrafos para ver qué es lo que pasa más adelante. Se trata de una gran historia, muy dramática, de la que me extraña mucho que no se hayan hecho películas, (no lo sé) pues tiene personajes que dan  mucho juego (a mí, según leía me parecía haberlo visto o estar imaginándolo).

Viendo las honduras de la mente humana donde se adentra, concluyo que no debe ser una coincidencia el que el gran descubridor del psicoanálisis, Sigmond Freud, sea también un judío austriaco (Freud termina exiliado en Londres)

Zweig nos pone frente a la verdad y a la compasión como una conflictiva apuesta de vida frente a la enfermedad: la protagonista femenina está intentando levantarse de la parálisis. Son tribulaciones, las del protagonista, que me llegaron hondo.
Quizá a mí me haya afectado tanto porque he perdido un amigo en una silla de ruedas. Frente a las desgracias absolutas sólo cabe la imaginación como paliativo. Uno nunca sabe cómo actuar, siempre se puede meter la pata, ya que no es posible meterse en la piel o en la mente del enfermo. No hay solución. Lo que sí tengo claro es que  me atrevo a recomendar Impaciencia del corazón a todos los médicos y a todos los pacientes que me lean.

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