martes, 26 de febrero de 2013

Antes, todos los negros eran iguales.


En las películas de Tarzán, por ejemplo, eso nos parecía. Después, fui consciente de que eran singulares Antonio Machín, Sydney Poitier, Louis Armgstrong, Kunta Kinte, Carl Louis y Ben Jonson y, últimamente, Obama.
Seguían siendo iguales los negros de la venta callejera; aquellos que ofrecen en la calle o en los mercadillos elefantes de madera, gafas de sol o bolsos falsificados; otros que venían en patera, ateridos, con una manta que les daba la Guardia Civil o la Cruz Roja: esos que ahora, frecuentemente, pululan por Béjar.
A todos se lo he preguntado, -y van tres-; la razón que encuentro, aunque no me la hayan dicho explícitamente, es que ahora los valencianos han vuelto al campo -como antaño- a recoger sus naranjas, los jienenses sus aceitunas y los onubenses sus fresas. Y esta pobre gente, los negros que venían a hacer los trabajos que los españoles no queríamos, se mueven a la desesperada –aunque parecen tranquilos- a ver si en alguna parte sale algo. Todos se dedican a vender cuando no tienen un trabajo por cuenta ajena, pero sus potenciales compradores están empobrecidos y también saturados.
Los tres con los que he hablado: Yimi, Omar, y El Hadji, son senegaleses y musulmanes y, a pesar de ser emprendedores y valientes (todos los emigrantes lo son, pero quienes se juegan la vida en una patera o en un cayuco lo han de ser mucho más) están dominados por una especie de providencialismo: su dios así lo habrá querido,  y no les terminará de desamparar.

La frase recurrente del libro “Noticia de un Secuestro” de Gabriel García Márquez es –cito de memoria- “sólo pido que Dios no nos mande todo lo que somos capaces de aguantar”. Estas personas ya no pueden mandar dinero a su país; apenas si hacen gasto: no beben, no fuman, comen muy barato y esperan resignadamente tiempos mejores.
El último con quien hablé se llamaba El Hadji y es extremadamente religioso, tanto que no se concede el placer de abandonarse a escuchar música, dice que un hombre piadoso siempre tiene que estar pensando en dios, y la música distrae; aunque no condena a la gente que escucha música, -me dijo que un hermano suyo escuchaba música-.
Le pregunté cómo llevaba el ayuno del Ramadán y me aclaró que no se puede beber ni siquiera agua,  desde las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde –aunque se esté trabajando- . Yo le alegué que eso debe ser muy duro de aguantar, y que así no se puede trabajar. Él replicó que sin embargo a veces se trabaja incluso mejor en Ramadán; “con la ayuda de Dios”.
Sobre la bondad de Alá, El Hadji me alegó que si en Senegal algún niño se queda huérfano, la gente le ayuda, y eso es porque dios lo quiere: dios pone en el conocimiento de la gente esa obligación moral.

Trató de hacer algún tipo de proselitismo de su religión: me habló del hijo de María a quienes ellos no llaman Jesús, sino Uzayr o Esdrás,  que es el profeta anterior a Mahoma  y que “eso mucha gente de España no lo sabe”.

No era mi caso: yo siempre quise conocer el Corán; cómo no me va a llamar la atención la fortaleza de la fe que inspira, más aún después del 11 de septiembre de 2001. Me he conformado, y es un libro muy recomendable, con comprar y leer hace 4 ó 5 años, el libro de Emilio González Ferrín La palabra descendida. Un acercamiento al Corán. Eso, y mi cultura general, me permitió mantener una conversación religiosa menos superficial con este hombre.

Me dijo que en Salamanca hay dos mezquitas, pero en Béjar ninguna. No importa, un musulmán debe rezar cinco veces al día mirando en dirección a la Meca y la encuentra con Gps, con una brújula o con un reloj mirando al sol. Entonces me di cuenta que todos los negros llevan grandes relojes analógicos.
Todos los senegaleses musulmanes no son iguales (Yimi, con quien tuve la conversación más humana e impresionante, sí escuchaba música) para todos  su comida preferida es el Yebuyé: un arroz con pescado característico de Senegal. A todos les gusta el fútbol y hasta ahora el 100% son del Barcelona.
Pero a mí los integristas no me gustan. El Hadji está casado en Senegal. Me enseñó una foto de carnet de su mujer, tocada como una monja, le dije que era bonita –mentí-: pero ¿qué va a hacer uno cuando un desconocido saca su cartera y te muestra una foto?. Sobre la poligamia me dijo que como el Corán le permite tener más mujeres, se casará con otra cuando vuelva a su país. ¿y ni siquiera le vas a consultar a tu esposa sobre ello? ¿Tú crees que a ella le gustará? Sobreentendiendo que no, me dijo algo así como que “ella no tiene nada que decir; mi religión me lo permite”. Es la voluntad de dios.
Y yo pensé en aquella pobre mujer, que tiene a su “marido” en Europa desde 2006 y que le será fiel –no me cabe duda- . El Hadji también: manifestó que no le cabe en la cabeza que un musulmán tenga relaciones sin estar casado. Aquella negra enmarcada en blanco ahora, cuando vuelva su marido -dice estar arreglando papeles para poder volver a Senegal y regresar a España legalmente- después de esperarle, tendrá que soportar que negocie con una joven para convertirla en su mujer. Con la vieja tuvo dos hijos, pero murieron. La voluntad de Alá también le permite tomar otra esposa y no compartir los sentimientos con esa madre frustrada y preterida. Para siempre amargada.

El Hadji entró en Europa por Francia, en avión. Aunque los franceses, (a pesar de hablar francés), no le gustan; ni siquiera le gustan sus equipos de fútbol. 
Me sorprendió que además de fútbol viera la televisión: me dijo que le gustaban las comedias del estilo de “aquí no han quien viva” y “esta casa es una ruina”, para demostrarme su entusiasmo me enumeró los personajes. (que yo no conozco bien, porque no las veo)

A pesar del integrismo y las contradicciones, nos despedimos efusivamente, dándonos la mano, muy agradecidos por habernos ofrecido esta conversación -y lo digo con toda sinceridad y ninguna ironía-.

Eso sí, comprendo que aunque encuentre negros, que sean senegaleses y musulmanes, y seguidores del Barcelona y vendedores ambulantes y comedores de yebuyé y sin papeles, y de agradable y generosa conversación: NO SON IGUALES.


PD. Algún día puede que narre la conversación que tuve con Omar. Con quien no hablé nada de religión, (aunque me permito deducir que también es musulmán) El momento álgido de aquélla sucedió cuando se le encendieron los ojos al contarme su sorpresa al ver por primera vez: la nieve.



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