viernes, 21 de junio de 2019

Lo Cambiante.



Durante toda la historia han cambiado las consideraciones éticas y estéticas. En la mía,  que tengo poco más de cincuenta años, he visto multitud de cambios: he pasado muchas, pero muchas tardes de domingo, rezando el rosario; he visto mujeres cristianas que salían a la calle con un pañuelo tapándose todo el pelo (como hacen ahora las musulmanas), abuelas que nunca se pusieron unos pantalones, perros corriendo con una lata atada al rabo o  ahorcados,  burros molidos a palos con tal furibundia que ahora serían trending topic mundial y poco antes de los tiempos del omnipresente movimiento LGTBI, he oído responder al insulto:
-¡Marica!
- Desde que te la metí, me pica.
(...)

A pesar de tanto cambio constato que siempre ha habido turbas manipulables y, entre ellas, verdugos voluntarios, muchos linchadores orientados por el viento de turno: los bíblicos del crucificalé, crucificalé.
Aquí en España recientemente una familia descubrió que un antepasado suyo figura en una documentación como secretario del juzgado que condenó a muerte al poeta Miguel Hernández. Al intentar que se suprimiera del conocimiento público el nombre de aquel funcionario, la familia ha despertado los demonios, y ahora muchos tuitean y retuitean que ese hombre es un asesino. La familia, consiguió retirar el nombre del documento, pero ha recibido justo lo contrario que se quería evitar.
Yo sé lo que es ser secretario de juzgado. Uno está allí y levanta acta. Es el juez quien condena o absuelve. Teníamos varios juicios al día, y venían uno detrás de otro. No sé, ni procuré enterarme, si la juez que estaba a mi lado en el estrado condenaba o no a la gente que juzgaba, pero puedo asegurar que yo no intervine en nada más que en ser lo más fiel posible en las declaraciones que recogía. 

No solo eso, sino que el juez tampoco suele ser culpable, pues está sujeto a la ley, y la ley que había entonces era de venganza sobre los que se opusieron al alzamiento nacional, pero también sobre los que aprovecharon aquel momento para cometer crímenes. No había mucho margen para absolver en una situación así.

Miguel Hernández era un hombre muy rural; Lorca, mucho más fino, no le hizo caso: le evitó cuando quiso acercársele. El poeta de Orihuela vivió en Madrid porque personas como Vicente Aleixandre o Ernesto Jiménez Caballero le ayudaron, consiguiéndole trabajos como redactor de la enciclopedia de la tauromaquia de Cossío. En la guerra fue comisario político, que viene a ser ideólogo de un batallón guerrero, pero también le sacaron un buen tiempo del riesgo, para llevarle a Rusia; de vuelta, en Radio París, le grabaron su voz (creo que es la única grabación que se dispone de sus palabras, - que de Lorca, por ejemplo, no existe ninguna). No obstante él no rehuía el combate ni el vino de las tabernas. Una vez que, desde las trincheras, volvió a Madrid y le llevaron de visita a un lugar donde estaban entre otros Rafael Alberti y su mujer Mª Teresa León, se encontró con una fiesta de carnaval y derroche. Demasiado contraste. Entonces, sin pelos en la lengua, espetó:
¡Aquí lo que hay es mucha puta y mucho hijo de puta!
Casi se pegan. Alberti era mucho más corpulento que él.

Dicen que al final de la guerra, desde un aeródromo de Albacete, al pobre Miguel no le subieron a un avión salvador hacia el extranjero; en el aparato curiosamente iba esa pareja de  privilegiados por el régimen.
Miguel vagó andando por la España recién ocupada. Le detuvieron, pero le dejaron en libertad (no era nadie conocido, para cualquiera un perdedor republicano más). Intentó pasar a Portugal por Ayamonte, pero ahí le detuvieron y ya tomaron cuenta de su importancia.
¿Sabemos el nombre de todos los guardias civiles que le detuvieron o le custodiaron, todos los carceleros que tuvo? ¿Son importantes esos nombres para la historia?
No; lo mismo que el del secretario de juzgado.
¿Es lícito que la familia trate de sustraerlos de la curiosidad pública, teniendo en cuenta que su antepasado aparece en una cosa tan fea como la condena a muerte de ese artista?
Yo creo que sí, pero cualquiera, viendo lo que ha pasado a esta familia, se cuidará mucho de intentarlo; pero también estoy convencido que muchos de los mismos que se rasgan las vestiduras son los mismos que dirían entonces:
¿Y a ese rojo por qué le conmutan la pena, si era comisario, si era un pez gordo, que le llevaron a Moscú en plena guerra, si tiene un libro “Vientos del pueblo” que es claramente comunista y totalmente contrario al régimen de la nueva España?
 Pues sí le conmutaron la pena, o Franco no firmó el “enterado” y no fue al paredón, fue porque en esto intercedieron el General Varela (que muchos años después sería suegro de Paco de Lucía) o José María Pemán y fue porque se jugaron sus cartas con decisión. Tengamos en cuenta que al  suegro del malogrado poeta, que era Guardia Civil, le fusilaron los rojos. No sé si Miguel hubiera debido/podido interceder, pero esta muerte jugaba en su contra, además de que a los comisarios solían darles paredón.
Gracias a esa prórroga tenemos “La nana de la cebolla”.

¡Qué mala suerte tiene todo lo que rodea a Miguel Hernández!: su hijo, para quien escribió ese gran poema, murió también de miseria; su suegro fusilado por los republicanos; su avión se fue y subió Alberti y no él; el que le pillaran en la frontera...; y ahora extemporáneos vengadores condenan al secretario que tomó acta en su juicio.


Con este artículo quiero decir que para juzgar cualquier cosa hay que tratar de entenderla en su contexto. Sea sobre religión, homosexualismo, feminismo, o política hay que ponerse en el momento, estudiar la situación para saber si alguien es culpable  porque lo fue voluntariamente de la consecuencia que condenamos, o sencillamente el momento hacía que las cosas tuvieran que ser así, porque no había otra.

Yo conocí a gente que tuvo que fusilar, -con eso lo digo todo- y como sé cuáles son las circunstancias, también sé que sería una injusticia que alguien les llamara asesinos.

Los linchadores vociferantes sí son verdugos voluntarios (antes y ahora)

No hay comentarios:

Publicar un comentario