Flojo, mimoso; acosado por un matorral de sábanas húmedas, descabaladas por las vueltas y revueltas, y por los sismos de tanto estornudo incontrolable. Esta última noche, que había previsto que estaba venciendo y vendría el relajo cuesta abajo de la ansiada recuperación, ha sido mala y me mantiene esta mañana acobardado, secuestrado en esta maraña, sin poder aprovechar mis actuales días de vacación laboral en las faenas que tanto necesita mi huerto.
Ya no escupo tantos trozos de mantequilla extraídos de entre los chinarros de mi garganta, ese anodino lugar de paso, que ha cobrado vida viril, independiente y protestona. Ayer creí que había llegado la suavidad porque ya no parecen pulmones sanguinolentos las lianas, que se me arrancan trabajosamente de ese árbol hueco.
El dolor, la impotencia no son sabiduría. Si acaso, una conciencia de nuestra limitación y de que la salud es lo más importante, pero ese conocimiento se adquiere en cinco minutos, no necesitamos una semana de torturas para aprenderlo, remarcarlo, subrayarlo hasta la abominación. Es un expolio innecesario de tiempo.
Hace siete u ocho años que no me agarraba la gripe. Procuro huir de los griposos, esconder mi mano al saludo, no tocar los picaportes, lavarme las manos más en estos meses. Pero se vé que he fallado. Y mi fallo arrastra a mi mujer, a quien he contagiado y va con dos días de retraso hasta que cumpla su semana de pasión. Se acerca mi miércoles, pero ella tendrá que penar hasta el viernes o el sábado.
Sí, porque una gripe sin medicinas son siete días, y con medicinas, una semana; espero, me conformo, con que se me cumpla, porque he oído hablar, y me parece haber padecido alguna vez, gripes de ocho y diez días.
Me conformaré con lo que venga, me conformo con no haber contagiado también a mi hija: me van a doler más sus estornudos quinceañeros, que los de mi mujer.
El caso es que ahora, la luz de esta mañana luminosa del invierno más cálido de mi vida, invita a salir al huerto y seguir trabajando, allí no me estremecen mis toses y escupo sin pensar mis males. Creo que lo haré. Aquí en la cama me pongo más malo.
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