Amo el arte, eso parece que fuera amar el
arte de los creadores, pero este domingo estoy más agradecido del amor al arte
de los amantes, a su pasión altruista por erigirlo, por comulgarlo con el
público, para que seamos todos Zoon Politikon, el animal político de
Aristóteles que se agrupa para construir activa o pasivamente el espectáculo,
esa ceremonia que desemboca rompiéndose en aplauso agradecido, en el amor
correspondido, algo así como el orgasmo social.
Yo sólo fui capaz de ser miembro de una coral
cinco meses. Sé del sacrificio, el estudio, la ilusión, los malos rollos que
tiene uno que superar para acudir sufriendo a los ensayos que conduzcan en
componer un simple recital que suene más o menos bien. Pero hay gente que es
mejor, más sabia, más generosa, mejor artista que nosotros, y con ambición
máxima se proponen construir el mayor espectáculo del mundo, una comedia
musical, que tiene no sólo canto, interpretación, coreografía, vestuario,
atrezzo, luminotecnia, maquillaje, asuntos legales, transporte, logística,
hotel, dinero, -bastante dinero a fondo irrecuperable-, todo sincronizado para
conseguir regalar dos horas y media de un musical, cuya entrada a precio de
horas de tanta gente es, sencillamente, impagable. Y la de todos aquí en Béjar fue de tres
euros. Cuajó bien, emergió ese arte grande al que uno se abandona
sencillamente, con el tiempo suspendido en la magia, a disfrutar.
Nosotros, los afortunados bejaranos que
elegimos emplear el comienzo de la noche de ayer en ver un incierto musical,
(seguramente pensando que no podía ser “ese gran musical”, sino algo muy
aguado) que hacía un colegio de monjas de Sevilla. ¿Qué podía ofrecer un
espectáculo cuyo programa de mano encabeza sus agradecimientos Al colegio
Santa Ana de Sevilla; a su directora, la Hna. Pilar Omella y a todas las Hnas. De la Caridad de Santa Ana?.
-“Qué buenas son, que nos llevan de excursión”- Sería un espectáculo monjil en
el que un grupo semiparroquial,
voluntarioso que sacara sus guitarras de la funda de tela de cuadros y
remedaran vagamente números del gran espectáculo.
Nada de eso. ¡Viva la Caridad de Santa Ana! que
nos dio la función profesional, montada por artistas indistinguibles sobre las
tablas de los profesionales; los que vimos ayer no sólo no cobran, sino que se sostienen con su
ilusión y su dinero, trozos de piel, cicatrices, callos, muertos, (en todas las
catedrales de la humanidad hay muertos, yo no sé, pero imagino que en esta
también los habrá habido).
El milagro de la Caridad es el
completo espectáculo artístico, seis toros seis, profesional al 100%,
pero hecho con la pasión de aficionados, que nos sorprendió a los habitantes de
la “ciudad estrecha” una noche en la que nos conformábamos con una faena de
aliño, a ser posible no muy larga, que nos permitiera ir a ver la Gala de los Goya que pasaban
por televisión a partir de las diez de la noche.
El grupo Toma Teatro tenía casi todo, sólo
faltaba la música instrumental en directo y sobraba el humo, el despilfarrador
y nada caritativo humo químico que no sé como la física de estos artistas
soporta, (espero que no termine produciéndole a estos aficionados una
enfermedad profesional) que hacía que el público a veces tosiera, aunque no
fueran esas toses aburridas que tanto abundan en la música clásica (éstas eran
pura asfixia), mermaron un poco el disfrute de algunos solos.
¡Qué voces, qué interpretación, qué cuadros!,
los artistas además, eran idóneos: guapos y guapas, feos el característico y el
malo, graciosos y dulces los niños
prodigio..., todos no sólo con voz, memoria, afinación y aptitudes teatrales,
sino además, -estoy seguro-, selectos. Imagino un universo de aspirantes y el
comité de selección dudando en las pruebas sobre quién elegir entre los
sobresalientes que se presentaron, estudiantes y profesores de música,
sospecho, la inmensa mayoría.
Destacar: al equipo; a Jean Valjean, quizá
porque oímos tanto ese nombre; pero imposible decir cual de las tres solistas
femeninas era menos deliciosa; a Marius, el aseadísimo yerno ideal; al malo de
Javert, el sabueso que lo hace tan bien y termina por caer tan antipático, que
se lleva un rabioso aplauso popular al suicidarse; al pícaro y a su consorte...
Escenografía, vestuario, composición carpintera, todo tan generoso, tan
Caritativo de Santa Ana.
Tanto regalo que nos dieron y eso que eran
LOS MISERABLES
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