sábado, 17 de junio de 2023

El cielo protector bien entendido.

 


Recientemente he abordado la novela de El Cielo Protector de Paul Bowles, la razón es que hace treinta años me quedó el regusto de aquella película tan hermosa que vi en el cine, en la gran pantalla del Tomás Luis de Victoria en Ávila. Así un día, ya lejano, compré el libro y la semana pasada lo leí. 

No comprendí bien la película, pero entonces tenía la indulgente paciencia de pensar en mensajes secretos, en ultrapensamientos del cine de vanguardia europeo. Además venía avalada con maravillosas críticas, creo que hasta dedicaron un reportaje de "Informe Semanal" a su estreno. En ella sale el mismo Paul Bowles, un mítico americano expatriado en Tánger, buen compositor de jazz además de escritor.

Bertolucci después del "último emperador" y mucho después del "Último tango en París" y para más guindas uno de los protagonistas es John Malkovich que nos había deslumbrado en "Las Amistades Peligrosas" también la fantástica y poliédrica Debra Winger, que tendría que estar aconjgojadísima si se había leído el libro sobre las perrerías que la esperaban en el rodaje. Haylas, pero no tantas como sufre Kit en la novela.

Bueno, pues la película es incompleta: necesitaba de la lectura del libro para ser entendida treinta años después y después de la lectura del libro me ha venido muy bien revisitar la película, cosa que hice una reciente noche de insomnio. Me gustó mucho, y en la parte "muda" del final con los beréberes, ya conocía sus porqués, porque había leído en papel los pensamientos: falta una voz en "off" que nos aclare por qué la mujer hace y se deja hacer lo que la hacen.

La fotografía de la película es de Vitorio Storaro que, con el director, monta unos cuadros preciosos. La obra es casi tanto fotografía como cine. Muy hermosa en cualquier caso para la vista; los colores y las texturas de los desiertos y de los oasis son un espectáculo que puede disfrutarse sin sentido humano alguno.

La película acaba con unas palabras dichas por Paul Bowles en un bar, como si fuera un epílogo que no lo es; tan solo, por acabar con unos pensamientos "por todo lo alto" para que el espectador salga diciendo, tenía mensaje, y era este:

La muerte está siempre en el camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida.


¿Cuántas veces recordarás cierta tarde en tu infancia, una tarde que es tan entrañable de tu ser que no puedes concebir siquiera tu vida sin ella?

No es este el mensaje, tan solo divagaciones de la página 259 (esta edición tiene 352) para que después de tanta abstracción paisajística salgamos del cine pesando esas palabras y comentándolas con nuestros acompañantes.

El cine antes era también eso. Ritual.

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