jueves, 21 de julio de 2022

Más reflexiones sobre la muerte.

Acabo de ver la pelicula Ariane de Billy Wilder, y según los veía tan vivos resulta que están muertos Maurice Chevalier, Gary Cooper y sobre todo, Audrey Hepburn. Me doy cuenta que el cine que más me gusta  es un cine de muertos, y todos lo estaban ya cuando se murió mi padre este año, que ha sido la muerte con mayúsculas que se me ha enfrentado por primera vez. Sigo viendo muertes de pueblos, de maneras de vivir, de costumbres. Yo, que he escrito tantas cartas, y he esperado tantas veces al cartero, vi morir esa emoción de abrir una carta que llegaba escrita a mano.

La película es deliciosa, ¿cómo no, estando en ella Audrey? y termina en una estación. Yo he acompañado a chicas a la estación y he seguido el tren, también las he ido esperar y las he visto bajar. Además, los trenes que más frecuenté eran todavía los trenes con departamentos como en el que van los Beatles en la horrible película "Que noche la de aquel día" y otras cien películas maravillosas. Los Beatles también murieron cuando yo era niño.

Comento frecuentemente con mi mujer que hemos vivido los más bonitos años del mundo, sin guerras, con muchos niños renovándolo todo, con la posibilidad de llegar en coche a tantas ciudades, con la tremenda emoción de acabar un carrete de fotos para llevarlo a la tienda y volver al día siguiente con el resguardo y el dinero a ver lo que contenía el sobre de ilusiones. 

Esto le ha pasado a toda la gente a lo largo de la historia. Ver desaparecer.  En mi pueblo había un zapatero, pero años atrás había zapateros que hacían los zapatos. Una vez vi un sastre ambulante tomando las medidas a mi padre en mi casa. Venían gitanos silleteros que arreglaban sillas. Había un hombre que gritaba "está el cacharrero en la plaza, que trae cacharros de toas clases" También el alguacil daba pregones en los sitios estratégicos del pueblo con una turuta, que después descubrí que se llama cornamusa. He segado, acarreado, trillado aventado, cribado y metido con la media fanega en sacos, el grano. Había bailes sueltos y agarraos, esas baladas de los ochenta en las que bailé pegado: qué antihigiénicas y qué obscenas. Vi,  a lo largo de años, que mi hija se hizo mujer, y ayer acabó la carrera en Salamanca. Mi madre cada vez es menos de lo que era...

Creo que, llegando a los sesenta, debo dejar de ver películas bonitas en el cine, porque me anega la nostalgia y esto no puede ser bueno para el corazón.

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