martes, 8 de diciembre de 2020

La buena educación

Paco de Lucía decidió en los últimos años de su vida ser un padrazo. Seguramente lo hizo para compensar la falta de dedicación que había tenido hacia sus hijos de su primera mujer. Pocos meses antes de morir le descubrí en los preparativos de un concierto que Silvio Rodríguez dio en algún barrio de la Habana.

La razón por la que estaba allí, o una de ellas, era que sus hijos pudieran jugar en la calle, que salieran con otros niños despreocupadamente como hacíamos nosotros en mi pueblo. Entonces había casi ningún coche que te pudiera atropellar, y muchos menos de los que pudiera salir un depredador. Sería detectado enseguida. Ahora, y desde hace mucho tiempo, los padres no se fían, no nos podemos fiar. Hay que salir al parque con ellos y no perderlos de vista: un poco -casi- como los perros; atados ahora, sueltos antes.

En la calle junto a otros niños, sin ningún vigilante, todos aprendíamos cosas nuevas. La primera que la libertad trae consigo responsabilidad, uno podía explorar pero también se podía caer de un árbol o, si se metía con alguien más fuerte que él, volver descalabrado. Todos tuvimos algunas peleas y  supimos que los puñetazos de los otros dolían, no como en las películas; si utilizabas violencia sufrirías violencia, aun de los más débiles que podían, a la desesperada, arañarte o morderte. Podía espiar a las personas mayores, meterse en ruinas, examinar o recoger lo que otros tiraban. Eso es cultura, también. 

Parte del conocimiento era el miedo. Estando todos los perros sueltos, los había buenos y malos, y había que saber cuál era su territorio; y lo mismo pasaba con los niños, que los había matones. O uno se defendía o debía evitarlos. También había quien optaba por adularlos y hasta ser su sirviente. La vida resultó más parecida a mi infancia que a las burbujas profilácticas actuales. 

Otra cosa es cuando dejas de llevarlos al parque: se tatúan, se meten toda clase de drogas y (antes del covid) pasan toda la noche fuera de casa.

Nosotros nos desbocábamos poco a poco, también respetábamos más lo que había dentro de nuestra casa, incluidos familiares.

De las maquinitas atontadoras no hablo. Pero en Cuba, como nosotros, no creo que los niños puedan tener muchas.

Todo eso terminó y yo fui una de las últimas generaciones que pudo disfrutar de esa educación callejera. Paco de Lucía todavía pudo en 2014 llevarse a sus hijos a una dictadura que controla mucho la calle. 

Paradójicamente  en un lugar con poca libertad los niños disfrutan de la educación más bonita.



Posdata: Hace pocos días compartí en mi Facebook esta entrevista sobre educación. Sé que es vieja pero yo la vi hace dos días y la recomiendo. https://www.facebook.com/ignacio.sabater.3/posts/1669027859909278


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