domingo, 20 de marzo de 2022

"Una familia lejana" de Carlos Fuentes



 Tengo en casa un montón de libros de Carlos Fuentes sin leer, y alguna causa ha de haber para que me rechacen tanto. Leí en su día con gran adoración "La muerte de Artemio Cruz" un libro total que hubiera querido imitar; durante mucho tiempo lo tuve en el altar mas alto, y mi novia, y mi amigo Pablo también. Eso, junto muchas deliciosas entrevistas leídas o escuchadas del gran autor mejicano; intelectual orgánico, candidato al Nobel por mí y por Gabriel García Márquez, motivaron que haya adquirido todos los libros que cayeron en mis manos a un precio razonable. (En el año 99 compré muchos en el Corte Inglés de Zaragoza a 295 pesetas, lo que me parecía un chollo).

Pero no he podido hasta ahora con ninguno. Creo que ya he intentado otras veces Una familia lejana. La última espoleado porque esta novela comienza andando por París, un sitio donde mucho me encantó andar a mí: conseguí nadar setenta páginas. Hasta que sospechosamente hallé mucho evidente fárrago divagatorio mal resuelto, puntuación deficiente y un lío de personajes que me hicieron naufragar, buscar la orilla para no ahogarme. Para no ser sacrílego añadiré que no carece de buenas ideas, párrafos dignos de un grande, y florido vocabulario; pero es una lectura infumable hoy para mí.

He llegado a pensar que a este hombre, ya en todos los altares de la hispanidad, en 1980 nadie le editaba, nadie le corregía, y sus originales entraban en la imprenta tal y como él los concebía "genialmente" porque nadie los leía críticamente, y nadie más que algún crítico <<resentido>> si lo ha habido, al que no se ha debido hacer mucho caso, habrá escrito eso de "el rey está desnudo".

Yo me aventuro con mis 57 años a proclamarlo, al menos de este libro. No obstante, como decidí subrayarlo, buscando básicamente no perderme, o recuperarme y volver a una isla, tomaré una idea que me gustó para  desarrollar en estos tiempos pandémicos.

(...)"era el tiempo en el que le bastaba saberse enamorado sin esperanza, para ser feliz" 

No estoy seguro de que la coma esté bien puesta, ni que lo que yo voy a escribir tenga algo que ver con lo que el candidato al Nobel tenía en su cabeza al escribir. Yo, en estos tiempos, echo de menos enamorarme de la gente. Cuando no estaba el bicho ni sus guardianas mascarillas entre nosotros, los españoles hablábamos, nos mirábamos, nos gustábamos y complacíamos; nos interesábamos y hasta a veces nos llevabámos el perfume de la fantasía del amor. Esto era parte de la salsa de la vida que rebañábamos hasta lamiendo el plato. Ahora solo tenemos filete, vamos a lo que vamos, nada más, tratamos con la gente lo justo y con la intermediaria mascarilla, no nos tocamos, ni bromeamos, ni sonreímos, porque todo está intermediado por el bicho y el apósito protector de nuestas vías respiratorias, pero también expresivas, que es lo que se está desvaneciendo en nuestras vidas.

Antes era bonito y nos "enamorábamos" aunque solo fuera en sueños, ahora  el aire es hostil, insuslo y desaborío. Anunque parece, por momentos, que el terror al bicho lo están matando los tanques de Putin.

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