miércoles, 6 de enero de 2021

LOS CAMBIOS

 Como conté en el escrito anterior, entré en la década de los años veinte del siglo veintiuno entre ecos de petardos callejeros; alguien recordó que no debía olvidar esa "alegre" costumbre. Muchas cosas van a cambiar en esta década cuando, en ocho a nueve meses, salgamos de las mascarillas obligatorias e intentemos aproximarnos. Será difícil cauterizar el miedo, habrá gente que no recordará como se hacía eso de la proximidad y rememorará como nefastos, la halitosis, el olor a sobaco. Seguramente la humanidad habrá avanzado varios lustros en la profilaxis. Es el progreso, o el regreso, vete tú a saber. Hace un año la generación de mi hija se abrazaba francamente y sin tasa; la mía no, yo no me he abrazado con ninguna chica más que sexualmente, creo recordar, que recuerdo poco.

Decía que todo va a cambiar, pero es que ya había cambiado, me acuerdo de la gente que pasaba mucho tiempo en bares apretados mirando la tele, casi sin consumir, llenos de humo, de niños correteando, de adolescentes mirando simplemente como  otro (el que tenía más duros en el bolsillo) le daba a unos botones que golpeaban una bola sobre el plano inclinado de máquina de luces y sonidos de puntos, hasta que de repente sonaba un chasquido seco: había ganado una partida gratis. 

Ese bar ya no existía cuando cambiamos de siglo y de milenio. El año pasado era otra cosa, y este es un desierto donde, cuando se quite el polvo de estos aciagos meses, no se sabe si rebrotará algo.

Recuerdo los domingos de fútbol por la radio y mis compañeros de piso disfrutando de las novedades, "gol en Las Gaunas"... Pero antes del coronavirus te encontrabas que ya estaban poniendo falso  barullo de fondo en el fútbol porque ¿Cuántos van a ir a un partido de liga de un martes por la noche? 

Ya lo habían cambiado todo para vender las imágenes a China y al mundo entero.

Las tiendas chicas y las medianas, las discotecas, tampoco eran ya lo que fueron. Ni los bancos: en casa de mis padres, hay tantas cosas regalos de bancos a los grandes ahorradores: bolígrafos, cuberterías, bolsas de viaje, un viaje a Canarias (la única vez que ellos han montado en avión), baterías de cocina...mis padres fueron tan ahorradores que hasta el coche nuevo, (UN FIAT UNO, año 1992) el que tienen actualmente, se lo dieron por poner un dinero a plazo fijo. 

Hoy nos cobran, nos recobran, nos acosan con fondos e inventos para ofrecerte el cero coma diez... ¡Qué bárbaro!

No sé si alguien sabe qué será de la sociedad a partir de ahora. El gran hermano todopoderoso es la sonrisa de ámazon, el hombre que no cesa de multiplicarse entre los escomboros de la vieja economía.

Solo el cambio climático, la falta de natalidad en el Sur de Europa, entre otras muchas otras nefastas circunstancias, cambalachearán todo otra vez como siempre y quien sabe si alguien, unas décadas más adelante hablará de su pasado, este que vamos a inaugurar en este año y década, como algo bonito y nostálgico como son mis recuerdos de cuando fui niño o joven.

Los cambios son ley de vida. Lo peor es que mis padres son ancianos y yo me acerco a los sesenta años.

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