martes, 25 de septiembre de 2018

Paz auditiva.

Una o dos veces al año me asustan los truenos, cinco o seis también me desagrada la percusión de la lluvia porque parece (o es) granizo y me da aprehensión por el huerto o los frutales; diez o doce me mosquea el viento porque hay árboles altos cerca de mi casa que se agitan amenazando a mi coche que vive y duerme en la calle. Fuera de eso la naturaleza, con todo lo que trajina a mi alrededor, es respetuosa con la paz auditiva: además, sus pájaros me agradan y además, nunca cantan de noche.

El problema es la gente, los gritos, los motores, la amplificación de la música, o las batucadas sin amplificar. Yo quiero paz auditiva a mi alrededor. Tendría que tener derecho a que no me invadan violentamente. Procuro yo no hacerlo, suelo poner los subtítulos para no elevar el volumen de la televisión, nunca toco por la noche ni en horas de siesta, y mi guitarra además siempre sonaría leve.

Pero vivo en España, que tiene la peor educación sobre el ruido del mundo. Por no ir más lejos, el año pasado mi mujer y yo discutimos en Francia y una persona nos mandó callar porque lo hacíamos muy alto.
Yo aborrezco la música muy amplificada, nunca he tirado un cohete ni un petardo, y tampoco el motor de mi coche está encendido a lo tonto esperando o preparando la calefacción para un viaje invernal.

No entiendo como los poderes públicos municipales, de una avejentada ciudad como Béjar, donde vivo, permiten o directamente causan mucho y muy alto ruido.  Hace poco hemos tenido fiestas, y lo mejor para mí de ellas fue una tormenta de sábado que me permitió dormir esa noche al suspenderse las verbenas y discotecas móviles. Ahora mismo son las "ferias de San Miguel" y ya están con la murga de las atracciones de feria, que por más alto que lo pongan en esta ciudad avejentada no van a conseguir que nos sumemos a ella
Hay un tipo de español que es feliz armando ruido, esta afirmación infantil me recuerda al protagonista del tambor de hojalata, niño enclencle que quiere dejar constancia de sí mismo con esa facultad de gritar.
Hubo un tiempo en el que el tabaco tampoco fue considerado una agresión. Esperemos que todo se ande con el ruido, hasta llegar al respeto a los no consumidores,. Ojalá yo sea capaz de apreciarlo. (Cada día estoy más sordo)

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