jueves, 30 de agosto de 2018

"Madrid de corte a checa", una lectura abortada.

En el fragor no se puede crear nada bueno. El odio y el miedo constriñen la libertad necesaria para escribir.

Yo estaba disfrutando de esta novela de Agustín de Foxá: un escritor muy culto, con la mente muy abierta y fino  paladar para las vanguardias estéticas (maravilloso resumen el que nos hace de Un perro andaluz, de Buñuel) y políticas: habla de Lorca y de Alberti, y de decenas de personajes secundarios del Madrid de la II República, donde este aristócrata, -era conde- se movía sin hacer ascos a ningún ambiente. En su escritura me recuerda a Francisco Umbral y a Joaquín Sabina. Hasta me ha emocionado la narración de la génesis del himno Cara al sol, en la que participa el autor con su nombre como un personaje de la novela cuyo protagonista es otra persona.

Estaba recomendando el libro por ahí hasta que llegó la guerra: el capítulo llamado La hoz y el martillo. De repente la obra degenera en un panfleto en el que ya no es posible, al menos yo no he sido capaz de encontrar el humor, el brillo literario de antes, tan solo material arrojadizo desde una trinchera, para excitar el ardor guerrero contra el enemigo. En nombre de la buena literatura de los capítulos anteriores absuelvo al libro de terminar su lectura, para quedarme con el buen sabor de boca que deja la parte sana de esta fruta podrida por la guerra.
Porque la obra se terminó de escribir en septiembre de 1937, -quedaba más de año y medio de contienda-en un café de la Plaza Mayor de Salamanca, donde Franco recibía con desfiles a los jerarcas nazis, donde, además, se mascaba el control absoluto, con muertos falangistas incluidos de todas las organizaciones parafascistas del "movimiento" que desembocaban en el franquismo ramplón cuartelero y agarrado a su sillón del Generalísimo.

Claro, las dos primeras partes de este libro fueron vividas pero lo siguiente no es más que la impresión de regurgitar la propaganda del bando nacional que, como todas las propagandas, traficaba con falacias.

Escribir y leer al dictado del odio es tóxico así que después de morderlo lo escupo porque se me va a envenenar la obra, cuyos dos primeros capítulos, no obstante, recomiendo por su gran calidad.

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