jueves, 17 de mayo de 2018

El suicida que siempre va conmigo.



Nadie se asuste: desde los 19 años nunca más he pensado en suicidarme. Antes sí, y con bastante seriedad; aunque no llegué a aproximarme al fatídico momento, tenía elegidos el modo y el lugar. Un adolescente es egoísta, como un niño grandote, todo gira en torno a sí, su competitividad, sus intentos sexuales, y actúa porque quiere seducir a chicas, a profesores,  a amigos, y también  a extraños sujetos, que son los preferidos de la adolescencia, y se da una desmesurada importancia a todos ellos, en relación a los padres a quienes cree haber dejado atrás definitivamente.

Mi suicidio hubiera venido al fracasar en la universidad. Si hubiera repetido segundo curso mi ego no soportaría el deshonor y teóricamente hubiera cumplido mi plan. Pero ya en el verano en que peligraba por haber suspendido tres asignaturas, se cruzó una chica amorosa por la que merecía la pena sobrevivir. Un mes más tarde aprobé una asignatura en septiembre y pasé de curso. Luego me llegó el amor definitivo y terminé de madurar, asumirme, saber encajar los fracasos. Mucho más tarde recuperé el amor y la consideración hacia mis padres y, finalmente, toda la responsabilidad capital de ser padre yo mismo. Estoy absolutamente inmune: hace un par de años me gasté un pastón de dinero, de tiempo y de sufrimientos, en implantarme muelas y bromeé aquí que han de durarme hasta que cumpla los 80 años; una vez llegado a esa fecha, dependiendo como me trate la salud, escucharé ofertas de la muerte.

El suicida que siempre va conmigo fue un amigo íntimo de un amigo íntimo mío. Como un amigo por afinidad. No sé si hablé mucho con él, pero recuerdo carismáticamente unas pocas conversaciones. Un chico que siempre fue mayor y más maduro que yo, y siempre lo seguirá siendo, aunque se suicidara a los 24 años. Era como  una referencia, militante del PCE, parecía tenerlo todo clarisimo, sabía beber mucho y aparentar sobriedad, jugaba bien al ajedrez, tenía muy buena voz y a pesar de que solo dominaba ocho acordes en la guitarra, le gustaba cantar canciones de Silvio, que suelen tener acompañamientos complicados con acordes que no son precisamente sencillos, y no le quedaban mal. Sabía estudiar lo justo para aprobar holgadamente. Era como muy listo.
Un día se suicidó, recuerdo el momento, el lugar, la persona, las palabras que nos dieron la noticia. También recuerdo cómo se lo dije yo a otra amiga que le conocía, en la Rúa Mayor de Salamanca, que también se derrumbó, fue tremendo, siempre me pregunto si lo dije con suficiente tacto.
Después su amigo íntimo nos contó detalles del cómo, ¡Qué horrible es la muerte de verdad!: los podría reconstruir hoy.
Desde entonces, cada vez que un invento surge o algo cambia, me suelo plantear qué comentaría este amigo. En los años 80 seguro que si a ambos nos hubieran preguntado qué queríamos para el futuro, hubiéramos respondido "que se acabe la ETA y que España gane el mundial de fútbol". Cuando sucedieron ambas cosas, como con tantas otras, pensé en él.

Ayer, el cartero que nos trae las cartas al trabajo, dijo que pronto ya ni los bancos, ni las telefónicas: que todo, incluso en los pueblos y para gente mayor, empieza a ser por internet. Dice que el banco les manda a los viejos la última diciéndoles que si quieren información por carta, habrán de solicitarla, pero que llevará comisión. Ahora resulta que Correos sobrevive gracias a los paquetes que se encargan por internet.
Cosas veredes, Nanín, y tú te lo perdiste todo.

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