jueves, 19 de abril de 2018

El vivo al bollo.

Morimos todos los días un poco, y lo sabemos, aunque no lo queramos saber. Incluso cuando tenemos la bendición de dormir bien, morimos; estamos más vivos en el maldito insomnio de las vueltas y revueltas en la cama o levantándonos desesperadamente a intentar invocar el sueño.
Contamos los días hasta el viernes, contamos los días hasta los festivos, hasta las vacaciones, hasta cumplir otro año, contamos los minutos cuando nuestro equipo está ganando y le pueden empatar, queremos matar ese tiempo.
Contar tiempo para desear que pase es suicida. Hace pocos años descubrí el "placer" de estarme meando, de ganas de mear, y demorarlo un poco más para que el placer liberador fuera mucho mayor. Ahora también digo que mientras tengo ganas de mear estoy más vivo que cuando no me apremia esa necesidad.

Cuando se muere una persona querida, se da uno cuenta de los valiosos que fueron los momentos a su lado, compraríamos caros unos minutos más para hablar un poco más con él. Porque su muerte es nuestra muerte: alguien que sabía de nosotros ya nunca extenderá ese conocimiento; se acabó todo lo que no recordamos de él y todo lo que él recordaba de nosotros.
Sin embargo, dejamos correr la vida con indolencia, y no intentamos parar cada instante con toda la gente que queremos. Mientras mueren lentamente, como nosotros.
Lo peor es la muerte de después de la muerte: la remuerte. La muerte reciente aún es casi vida porque los recuerdos afloran, llaman a la puerta de la memoria, despiertan. Cuando se pasa ese pequeño duelo, se archiva, se cierra definitivamente, el vivo al bollo, pero el muerto al hoyo; y tierra encima.
Recientemente murió un intelectual de mi pueblo, la primera persona con la que hablé que había publicado libros, artículos, antes que era muy minoritario eso de publicar. Una persona singular y valiosa, presente en momentos importantes de mi vida.
Como me da por eso, escribí una memoria en la página de Facebook "Fotos Antiguas de Cardeñosa". Después de publicada, me di cuenta que no había escrito todo, que podía añadir más. Ciertamente todavía no he pasado al archivo definitivo, pero en unos días o en un mes sí; ya no tendrá sentido contar unos recuerdos en frío. Y como alguien me lo había alabado, escribí una segunda parte, apremiado. Quizá fue una forma de rematarlo, porque así ya me vacié, cumplí, disequé el recuerdo vivo que tenía de él.  https://www.facebook.com/groups/502708073172010/permalink/1529091480533659/
A ver si lo sé entender y paladeo el bollo.

Como la muerte anda en secreto... Silvio Rodríquez

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