martes, 6 de febrero de 2018

Reproducción económica.

Vivo en un lugar en crisis, podría decir que es Béjar, podría decir que es Castilla, o que es España, o también que es Europa. La primera y principal crisis es de natalidad, mi generación y las siguientes no tienen casi hijos, muchos no se casan ni se unen, otros que se casan se divorcian antes de tenerlos o después de tener el primero.
Los hijos son la economía: rompen calzado, necesitan comida medicinas, viajar, juguetes y ropa todas las temporadas, y llenan de optimismo y generosidad a los abuelos: nos retroalimentan (creo que nunca se ha empleado mejor esa palabra) a todos.

Mientras los comercios tradicionales cierran y la gente se vuelca en perder tiempo en hacer cálculos para comprar por correo, las economías locales se resabian, se jibarizan, pierden el pulso nuestras calles comerciales y la tristeza va retroalimentando a la depresión.

De vez en cuando salen políticos o comunicadores voluntaristas que nos cuentan por aquí que tenemos un potencial tremendo, que nuestro medio ambiente es espectacular, que nuestros monumentos maravillosos, que nuestras tradiciones, gastronomías, vinos, son extraordinarios, que solo hace falta promocionarlos un poquito.
Yo no les creo y ellos tampoco se lo creen, (otra cosa es que tengan que decirlo porque no haya otra cosa). Porque ni en Béjar, ni en Castilla, ni en España, creo que tampoco en Europa se fabrican esmarfones, que es lo que todo el mundo compra, exhibe e idolatra, alrededor de donde gira el 80% de la vida de nuestros hijos, su fama, su prestigio, su música, su sexo, su amor... quizá en un alto porcentaje el de nosotros también, pero es que yo soy un tipo retrógrado que aún no tiene, aunque sé que caeré.

El problema de nuestro mundo es de fe retroalimentadora, hay que creer en el futuro y para ello lo que hay que hacer es apostar por el futuro. Y la única forma de futuro es procrear. Cuando yo era joven estaba prohibido el aborto y después muy limitado;  había gente que se gastaba o recolectaba entre los amigos un pastón para irse a abortar a Londres o a Portugal o a una clínica ilegal. Toda mi generación temió más de una vez dejar embarazada a su novia antes de tiempo, y a la postre una parte de la misma generación se ha sometido a tratamientos de fertilidad, se ha terminado yendo a China o a Rusia a por niños de orfanato gastándose pastones mayores, y ahora las grandes fortunas se gastan parte de ella en contratar vientres de alquiler en el extranjero. ¡Cielos!, el mundo al revés, a última hora de la vida, media casa por la ventana.

No sé si mi generación será capaz de  convencer a sus hijos de que enmienden nuestros errores y se reproduzcan antes, más y mejor, para conservar nuestra cultura, para sostener nuestras pensiones, y nuestra economía. La práctica de la fe en el futuro es el único futuro.

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