miércoles, 3 de mayo de 2017

Angustias de la paternidad.

Solo tengo una hija que tiene ya 16 años y medio.
Tuve la "suerte" de estar sin trabajo sus tres primeros años de vida, y fue un gran regalo para mí el criarla. Hace tiempo que ella quiere ser, en lo emocional, todo lo  independiente que pueda de nosotros, por ejemplo no se deja besar sino en grandes ocasiones: cuando se va de excursión a un crucero, cuando saca buenas notas, por mí. Es normal a su edad.
Yo debería haber sido más padre porque me gusta.
Suplo mi paternidad en el huerto: es sacrificado y trabajoso, y también da muchas satisfacciones. Soy feliz entregándole con generosidad mi tiempo y mi dedicación; como la paternidad, tampoco podría explicarlo racionalmente.
Voy aprendiendo.
Por ejemplo, este año decidí hacer un semillero. Para ello escogí los mejores tomates maduros de las tres clases que tuve el año pasado. Hay gente que se dedica a plantar semillas y vender plantones, pero yo quiero ser independiente, maduro, responsable, hortelano...para ello sequé y guardé las semillas para este año. También reservé un lugar en el huerto donde podría poner unos cristales que tengo (las pasadas navidades me encontré al lado de un contenedor unos cristales curvos de una mampara de baño y me los traje). También elegí buena tierra con complemento de abono orgánico. Así pasó el invierno y parte de la primavera. Esperando.
El día 31 de mayo me di cuenta que me había pillado el toro y me apresuré a sembrar las tres clases de tomates.
Primer error de padre primerizo: no hice un plano escrito de qué semillas había en ese metro cuadrado (me fié de mi memoria). Y ahora no lo sé.
Segundo error de padre primerizo: me agobié porque no veía más que malas hierbas, que fueron muchas porque laboreé la tierra todo lo que debía en el invierno, y además salieron antes que los tomates. Algo había hecho mal.  Se confirmó mi idea de que "me había pillado el toro" y fui corriendo a comprar plantones al mercadillo en cuanto otros hortelanos comentaron que ellos ya estaban sembrando los tomates.
Puse las plantitas compradas, -por cierto, bastantes se me han helado- hace semana y media. Ahora compruebo que los tomates del semillero han nacido con mucha generosidad y prosperan entre las malas hierbas (que escardo pacientemente).
Entre las malas hierbas también ha nacido una planta de lechuga, esa sí la trasplantaré.

Resulta que tengo sitio, -además de que debo reemplazar las plantas que se helaron- y quisiera plantar de todas clases. Con una paleta penetro en la tierra para sacar los plantones y  salen muchos. Los he cogido como de dos sitios pero no sé si serán de la misma clase, entonces me acerco a los surcos y los  voy sembrando. Mi corta experiencia hortelánica me enseñó que los tomates necesitan bastante espacio vital, para prosperar para que se los pueda podar y meter los brazos para recogerlos sin romper las ramas.

Me encanta trasplantar los plantones: lo hago con verdadero cariño paternal y maternal, con un palo que clavo en el surco y mojo, preparo un pequeño cilindro que ya tiene su humedad, entonces lo saco e introduzco la raicilla, después, con mis manos, aprieto la tierra y hago una "cunita" para el agua con la que la asistiré los primeros días.
!Oh, qué angustia!

¡Ay! Había tomado del semillero más plantitas de las que iba a sembrar, y me iban a sobrar. No iba a tener ningún sentido replantarlas otra vez en el semillero, teniendo en cuenta la cantidad que tengo. Como padre/madre me encontraba en la angustiosa situación de elegir, -después de tantos desvelos por traer al mundo- qué plantas iban a sobrevivir y prosperar y puede que después servirme las semillas para el año que viene, y cuáles no. La tentación de un padrazo es habilitar más tierra para sembrar más tomates, pero ya son muchos y cuando todos maduren -casi a la vez- no sabré qué hacer con tantos, (también he tenido la tentación de apretar el espacio vital) Pero no; al final me he mantenido firme y responsable.
Miraba entre mis dedos las plantitas que iban a morir. Mis hijitos, tan anhelados, se habían comportado tan bien, creciendo hasta hacerse un plantón viable y ahora yo tenía -peor que abortarlos...- tenía que matarlos viéndolos, como a santos inocentes.
He dudado unos segundos sobre cómo salvarlos, pero al final he actuado -juro que no he mirado- he cerrado los ojos y he tirado las plantitas al talud del bancal.
Y no he vuelto mi vista atrás.
Me ha dolido mi paternidad y me ha recordado algo. Cuando vivíamos en el pueblo periódicamente la perra se quedaba preñada y paría cuatro o cinco cachorros. Cuando la perra amamantaba en el pajar, los perrillos encantadores, con su ojillos, cerrados nos maravillaban, pero en casa solo había sobras y no suficientes, -que también se buscaba la vida libre por ahí- para nuestra perra Lucera. Si a mi padre alguien le pedía un perrillo, se lo criábamos. Pero tenía que elegir él, nosotros éramos incapaces, cuál iba a ser el más guapo, fuerte, viable... ¡Pero si todos eran preciosos!
Al final, mi padre elegía, se los llevaba en un saco a las afueras del pueblo y los daba un "cacharrazo" contra una piedra. ¡Qué duro!, eso mismo acababa de hacer yo. Seguro que mi padre también cerraba los ojos al deshacerse de ellos.

Había terminado mi faena y sabía que iba a escribir este artículo, así que decidí documentarlo con fotos y, al volver con la cámara, subí de nuevo a regar cariñosamente a los tomates elegidos. Esta mañana antes de venir al trabajo también he ido a ver cómo habían pasado su primera noche a la intemperie. Bien.

Ya estoy buscando a quien regalar plantones. Me va a saber muy mal arrancarlos del semillero, cuando haya completado la siembra, o cavar directamente en el semillero. ¡Qué dolor! las plantas trituradas y quebradas por el implacable azadón.

Ser padre y no poder mantener a todos los hijos que has traído al mundo es muy angustioso. Ya lo sabía, pero ayer lo viví.

vista de la zona de cultivo principal del huerto este año.

1 comentario:

  1. ¡Qué buenos tomates vas a tener plantados con tanto cariño!

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