Escribo
este artículo escuchando la
Pasión según San Mateo de Bach, y siento que no la aprehendo:
algunos corales y arias secuestran mi atención -seguramente porque son piezas
célebres- y me detengo a gozarlos, pero el resto, la obra en general, que tengo
poco oída, me resbala la mayor parte del tiempo, que es mucho el necesario
para hacerlo como Dios manda. No saco una impresión de conjunto, que de eso se
trataba.
Pienso
que a mí de niño me gustaba y comprendía la cuaresma: los Oficios; aquellas
tardes de jueves escuchando como único cántico el “Tantun Ergo sacramento”; las pasé en la iglesia de mi pueblo, con frío, sabiendo que después habría una
procesión de las largas, y al día siguiente otro largo Oficio en el que no se cantaba, ni se
consagraban hostias, hasta que nuestra culminaba con la procesión del silencio
del Viernes Santo. Entonces sí hubiera tenido sentido prestar atención a una
obra como ésta, allí en la iglesia de mi infancia; habría sido su justa experiencia.
Creo
que nunca podré con esta obra: requiere una atención en el sacrificio ancestral
que yo no estoy dispuesto a dar.
Nací
en un momento inapropiado para disfrutar de obras como ésta, pero sé que me
pierdo algo bueno de verdad.
También
tengo en mi poder, porque lo compré barato, por admiración a su prosa, por su
tío Pío, por la antropología..., un libro de Julio Caro Baroja sobre el carnaval.
Lo
que fue esa celebración carnavalera -que yo tampoco he conocido bien- tenía su
encanto y, sobre todo, su justificación- cuando casi todo el resto del año era
demasiado parecido a la cuaresma.
Ahora
no lo tiene salvo para las tiendas de juguetes, las librerías y, sobre todo,
internet, que tienen otro negocio estúpido como el Halloween, que los sujetos
activos no entienden pero que da dinero. Mi hija se ha comprado un traje para
desfilar. A la pregunta sobre cuánto le ha costado, -inconfesable- responde con
una evasiva: lo he pagado con mis ahorros.
Cuando
los carnavales eran verdaderos en la
España popular de donde vengo la gente pobre apañaba lo más
rústico y viejo que tuviera para darle forma de algo con lo que quisiera
confundirse, o simplemente se travestían con ropas del sexo contrario, entonces
el dimorfismo sexual en el vestir estaba más vigente. En algunos pueblos
ancestrales se elaboraban grotescos personajes con cencerros, pieles o pellejos
y hoy se conservan gracias al turismo,
con la riqueza que traen los visitantes curiosos. Es la razón por la que se mantienen y no otro sentido, ya perdido.
Leo
en Julio Caro Baroja que el carnaval fue una válvula de escape frente al
control social; que servía para dar rienda suelta al comer, al beber y a
ciertos escarceos sexuales, pero también para burlarse de la religión o de los
poderosos. La gente carnavalera guardaba cuentas pendientes para poderlas
ventilar, un poco de mentira y otro poco de verdad, bajo esta máscara, en ese
tiempo, donde teóricamente estaba permitido. No es difícil imaginar que muchos
habrán tenido que pagar el resto del año, y aún de la vida, un exceso que
cometieron en carnaval pensando que todo valía, pero que se lo tomaron en
cuenta.
El
carnaval de este año se acerca y habrá desfiles coloridos que se quedarán en
eso.
No
sé si me estoy haciendo viejo o es que nací viejo, pero lo que se hace ahora en
carnaval -y también en Semana Santa-, me
parece una estúpida profanación de su sentido. Y eso es triste y
descorazonador; nada más.
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