jueves, 16 de febrero de 2017

PROFANACIÓN


Escribo este artículo escuchando la Pasión según San Mateo de Bach, y siento que no la aprehendo: algunos corales y arias secuestran mi atención -seguramente porque son piezas célebres- y me detengo a gozarlos, pero el resto, la obra en general, que tengo poco oída, me resbala la mayor parte del tiempo, que es mucho el necesario para hacerlo como Dios manda. No saco una impresión de conjunto, que de eso se trataba.

Pienso que a mí de niño me gustaba y comprendía la cuaresma: los Oficios; aquellas tardes de jueves escuchando como único cántico el “Tantun Ergo sacramento”; las pasé en la iglesia de mi pueblo, con frío, sabiendo que después habría una procesión de las largas, y al día siguiente otro largo Oficio en el que no se cantaba, ni se consagraban hostias, hasta que nuestra culminaba con la procesión del silencio del Viernes Santo. Entonces sí hubiera tenido sentido prestar atención a una obra como ésta, allí en la iglesia de mi infancia; habría sido su justa experiencia.  
Creo que nunca podré con esta obra: requiere una atención en el sacrificio ancestral que yo no estoy dispuesto a dar.
Nací en un momento inapropiado para disfrutar de obras como ésta, pero sé que me pierdo algo bueno de verdad.

También tengo en mi poder, porque lo compré barato, por admiración a su prosa, por su tío Pío, por la antropología..., un libro de Julio Caro Baroja sobre el carnaval.
Lo que fue esa celebración carnavalera -que yo tampoco he conocido bien- tenía su encanto y, sobre todo, su justificación- cuando casi todo el resto del año era demasiado parecido a la cuaresma.
Ahora no lo tiene salvo para las tiendas de juguetes, las librerías y, sobre todo, internet, que tienen otro negocio estúpido como el Halloween, que los sujetos activos no entienden pero que da dinero. Mi hija se ha comprado un traje para desfilar. A la pregunta sobre cuánto le ha costado, -inconfesable- responde con una evasiva: lo he pagado con mis ahorros.
Cuando los carnavales eran verdaderos en la España popular de donde vengo la gente pobre apañaba lo más rústico y viejo que tuviera para darle forma de algo con lo que quisiera confundirse, o simplemente se travestían con ropas del sexo contrario, entonces el dimorfismo sexual en el vestir estaba más vigente. En algunos pueblos ancestrales se elaboraban grotescos personajes con cencerros, pieles o pellejos y  hoy se conservan gracias al turismo, con la riqueza que traen los visitantes curiosos. Es la razón por  la que se mantienen y no otro sentido, ya perdido. 
Leo en Julio Caro Baroja que el carnaval fue una válvula de escape frente al control social; que servía para dar rienda suelta al comer, al beber y a ciertos escarceos sexuales, pero también para burlarse de la religión o de los poderosos. La gente carnavalera guardaba cuentas pendientes para poderlas ventilar, un poco de mentira y otro poco de verdad, bajo esta máscara, en ese tiempo, donde teóricamente estaba permitido. No es difícil imaginar que muchos habrán tenido que pagar el resto del año, y aún de la vida, un exceso que cometieron en carnaval pensando que todo valía, pero que se lo tomaron en cuenta.

El carnaval de este año se acerca y habrá desfiles coloridos que se quedarán en eso.


No sé si me estoy haciendo viejo o es que nací viejo, pero lo que se hace ahora en carnaval -y también en Semana Santa-,  me parece una estúpida profanación de su sentido. Y eso es triste y descorazonador; nada más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario