jueves, 1 de diciembre de 2016

De cuerpo presente.

Yo soy un muchacho de pueblo y mi casa está en el camino que va de la iglesia al cementerio; se ve pasar las comitivas de los entierros. Siendo muy pequeño recuerdo que mis amigos y yo fuimos a ver un muerto. No era más ni menos familia mía que lo fueran el resto de los mil habitantes que había entonces. Existía la costumbre de abrir la caja al pie de la tumba para que el cura echara dentro la primera palada de tierra, era ese momento que excitaba nuestra curiosidad infantil, y estirábamos nuestros cuellos, los adultos también lo hacían un poco, para observar la muerte  -creo que no he salido morboso por ello-. Luego ya solo vi los muertos que me concernían.
Creo que es importante, entonces había veces se retrasaba el entierro para que diera tiempo a que el hijo que estaba en Barcelona o Guipúzcoa pudiera llegar a "ver" a su progenitor. Creo que antropológicamene ese empeño estaba ahí por alguna razón.
Ahora se margina, se convierte en un tabú, algo viejo, de mal gusto. Mi mujer y yo hemos sido los únicos que hemos llevado a nuestra hija cuando era niña a los velatorios familiares. No había más niños y la miraban raro. Resulta que en el mundo de la imagen nos quieren hurtar el acostumbrarnos a esa tan importante.
No sé; pienso que tiene que ser más duro ver por primera vez al padre muerto, si es la primera vez que se ve la muerte, que si uno ya ha "aprendido" cómo es.

Recientemente no nos mostraron a Fidel Castro, y la gente desfiló ante una fotografía. Creo que eso no es lo mismo: si yo fuera niño no hubiera ido al cementerio para ver una foto y un ataúd cerrado que representa un cuerpo. Uno quiere reflexionar, sentir algo, cuando ve la muerte frente a frente, por lo menos yo lo he hecho siempre que me ha tocado. Ver la muerte es algo que nos concierne íntimamente, más que un partido de fútbol o la final de Wimbledon.
No sé de donde viene esta costumbre, pero los tiempos cambian: nos estamos deshumanizando; y nos hacemos más ignorantes.


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