martes, 23 de febrero de 2016

La Versión


El pasado sábado la compañía de teatro El Duende de Lerma vino a Béjar a poner en pie al viejo Lazarillo en la adaptación de Fernando Fernán Gómez.
Esta versión del Gran Fernando es un clásico, como la orquestación de Maurice Ravel de la obra para piano Cuadros de una Exposición de Musorgsky. Ésta suele figurar en los programas como "Cuadros de una Exposición" de Musorgsky-Ravel, como si hubiera un autor a cuatro manos.

Aquí también; yo habría dicho que la versión de Fernán Gómez es una reducción del Lazarillo, pero no; pensándolo mejor, es una orquestación. Tal es la variedad de timbres y de polifonías que ha de abordar el intérprete, y con tal despliegue y colorido, que requiere de un hombre-orquesta: un supercómico.

El propio Fernán Gómez lo fue, pero su secuaz Rafael Álvarez "el Brujo" lo ha paseado generosamente por el mundo, siendo bruja "la versión de la versión".

Enfrentarse a este texto requiere medios, valor y arrojo para afrontar no solo el papel de memoria, sino las comparaciones, -porque mucha gente hemos tenido la fortuna de vérsela al Brujo-, con lo cual el público del que formo parte seguramente teníamos la sensación de que veríamos -no me perdonará mi amigo Cristobal Medina si pusiera una versión low cost- una versión barata, devaluadilla.

Lo único barato fue el precio, (tres euros) porque el artista se entregó como un profesional, y desplegó un repertorio profesional de voces y gestos, y sudó la camisa, no sé si como un profesional o como un aficionado, pero con plenitud.

Ahora creo que fue mejor ver al Lazarillo interpretado por Luis Miguel Orcajo, cuyo nombre es anónimo como requiere la obra, y no por el Brujo, porque una figura así de conocida merma al personaje, lo fagocita.
También mediatiza al  público, que al enfrentarse a un conocido, siente en la obligación de estar a la altura "¿Qué pensará el Brujo de Béjar, si no le reímos?" porque sucede a veces con los grandes que la gente viene a aplaudir, a recompensar y, como el Cid, ganan batallas de aplausos de reconocimiento por el hecho de salir a escena.
Con un anónimo volvemos al magistral texto, al actor que nos tiene que convencer para imaginar un Lazarillo envejecido y "colocado" en la vida de aquella manera y es cuando brilla la versión de Anónimo-Fernangómez vertida por el hombre orquesta Luis Miguel Orcajo. Lo vuelvo a escribir, porque dentro de una semana como mucho recordaremos que tenía una falta de ortografía en el apellido, pero el texto y la gracia volvieron a fertilizar nuestro cerebro por mucho más tiempo, creando felicidad y alimentando el orgullo de hablar y de seguir leyendo nuestro idioma con la amplitud de los clásicos.

PD. El actor salió a saludar dos veces, pero la tercera fue abortada porque los técnicos de arriba se pusieron nerviosos, y subieron violentamente las vibraciones de la música artificial aplacándonos los deseos de seguir recompensando al hombre-orquesta con ese batir de palmas que es la vibración natural que alimenta los sueños y los trabajos de los cómicos.

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