viernes, 6 de junio de 2014

Los jueves por la noche en la 2

Hay que reservarse un par de horas para ver un extraordinario documental de un fotógrafo francés que nos presenta el mundo desde el aire. Tiene más medios todavía que Sebastiao Salgado, y su color es tan poderoso que casi hiere los ojos. Por supuesto, el movimiento de captura de imágenes es espectacular, no sé si es superable en plasticidad.
Lo malo de los documentales de naturaleza es que terminan por ser deprimentes y pondré dos ejemplos: los pescadores artesanales de Senegal ya no sacan suficientes peces tirando de sus redes hacia la playa porque se han asentado enfrente de sus costas grandes barcos pesqueros industriales del primer mundo, (y luego querremos que los pobres no vengan aquí, si les estamos robando la comida). Alguien dirá que hay un tratado y que se pagan cuotas al gobierno por pescar, ¿Pero es lícito que el gobierno venda el mar a los países ricos? Además, es lo habitual: ¿A qué bolsillo corrupto irán los dineros? ¿Es lícito que sea legal que nosotros podamos comprar ese pescado por variar nuestra dieta, sumiendo en el hambre a quienes nada más tienen?
Una sorpresa para mí fue una extracción petrolífera en Canadá que, perdida en alguna esquina del país de menos densidad de habitantes, resulta ser la más contaminante del mundo, por los métodos químicos que utiliza para sacar su “petroleo bituminoso”. No obstante, desde el cielo, el narrador nos hacía notar la pardógica plasticidad de los dorados con los que contaminan las aguas. Con lo bien que me caía Canadá, refugio de lo desertores de Vietnam... pero al tener tanto hermoso, parece que no les importa estropear un minúsculo porcentaje de su naturaleza sin gente. Es lo malo de la petroleoadicción en la que vivimos todos los que podemos.

La belleza impacta y encanta, pero el mensaje permanece y corroe mi tranquilidad. Hace falta un gobierno mundial que impida desmanes como éstos, y es más importante todavía que perseguir los paraísos fiscales, y a los delincuentes. 
“el género humano es la Internacional.
Y no es política trasnochada ni demagogia: nos estamos cargando nuestro mundo y no sólo a sus habitantes más débiles. Es urgente que aparezca una instancia superior a los "cegatos" gobiernos nacionales para evitarlo. Y que tenga poder real. Quizá es la única causa por la que merecería la pena morir, salvar el mundo. Lo peor es que, con nuestra indiferencia, seguimos matando senegaleses o bangladesíes(1); pero es de temer que la mayoría enfermaremos y moriremos, como los judíos en las cámaras de gas, sin haber intentado una rebelión.


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