domingo, 23 de febrero de 2014

(sin título)



Llegué al Barranco de las Cinco Villas seguramente en sus penúltimos momentos ancestrales. Cuevas del Valle puede que sea el pueblo más vetusto; no le da mucho el sol y conserva un verdín, un musgo, una pátina de otros siglos. Aún en estos tiempos, muchas casas estaban abiertas de día, y uno tenía que pasar dando voces hasta adentro para poder ver y hablar a sus moradores. Parece, para sus dueños, que serían mezquinos o desconfiados si las cerraran y la gente tuviera que molestarse en llamar para poder entrar. Sólo las cierran de noche, y es como una ceremonia.


Me contaron una historia muy triste: la de una casa que ni de noche se cerraba. Joaquín Fernández tuvo que huir a la guerra (de otro modo, y más en Cuevas del Valle, donde la represión nacionalista fue tan sangrienta, seguramente le habrían matado) y no volvió, ni vivo, ni muerto, tampoco mucho después de la guerra; pero Quica, su mujer, siempre estuvo esperándole. Dicen que nunca cerró la puerta, no fuera a ser que apareciera Joaquín  de noche y no la encontrara abierta.



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