jueves, 20 de febrero de 2014

PARÁBOLA DEL MELONAR

En cultura, todo lo que no se da, se pierde. Antonio Machado.


Cuando vivíamos en el pueblo, a pesar de que mi padre era cantero, también  cultivaba algunas tierras. Como a mi familia le gustan las sandías y los melones con delirio, siempre que dejábamos una finca en barbecho, sembraba un melonar.

-¿Padre, por qué sembramos ahora sandías si me dijiste que dejábamos esta tierra arada en barbecho para que descansara y así al año que viene creciera fuerte el trigo?
-Pues hijo, porque las sandías no quitan pan. No perjudicarán nuestra cosecha porque chupan de la tierra sustancias muy diferentes que las que levanta el trigo.

En los meses de agosto empiezan a madurar escalonadamente las sandías. Mi padre y yo íbamos con un carretillo cada uno y unos cuantos sacos a recoger las sandías. El primer día que recorrimos la tierra él iba por delante dándoles un golpecito con el dedo para detectar por el sonido y cortar las que estaban maduras.
-¡Cago en la leche! Esta sandía la han “lobeao” estaba muy mordida, la cortó y la arrojó lejos. -Seguimos y mi padre comentó: “pues si que hay sequía este año, la zorra se ha tenido que venir hasta aquí, por lo menos, desde El Montecillo”.
Más adelante encontramos varias un poco picadas de las urracas.
-Estas las recogemos, hijo. Lo único que haremos será cortar el cacho “tocado” y nos las comeremos las primeras para que no se estropeen.
Un poco más tarde, en los surcos más cercanos al camino, vimos huellas de  botas: alguien había entrado y se había llevado sandías.
¡Me cago en la mar! Este desgraciao, se ha llevado una que yo tenía echá el ojo.

Cuando hubimos llenado los sacos, mi padre apartó una sandía de las picadas de las urracas y me dijo:
-Ven: ahora viene lo mejor de la tarde.
Estábamos sudorosos y sedientos, nos sentamos en los surcos y mi padre cogió una de las sandías que estaban picadas de las urracas, quitó con la navaja ese trozo y me dio una raja.
-Vas a ver lo rica que está. Las urracas son muy listas y eligen las sandías más dulces.
Pasó un caminante y nos saludó:
-¡Buenas tardes, Librado.
-¡Buenas tardes J.!Pasa a refrescar un poco, que tenemos abierta una sandía gorda.
 -No, que luego se me echa la tarde…
-Vamos, que sólo es un rato, vas a ver: arrope…
Entró. Se sentó con nosotros y, aunque el hombre parecía un poco inquieto, nos comimos los tres la sandía.
-Pues qué rica estaba, muchas gracias, Librado.
-En ningún sitio saben más ricas las sandías que sentados tranquilamente en el melonar de uno.

Cuando el hombre se volvió, mi padre me hizo una seña, para que viera que las huellas eran idénticas a las del que unos metros más atrás, nos había entrado otro día a robar las sandías.
Yo me indigné. El me dijo:
-Shssshh!!
Cuando volvíamos con los carretillos repletos de sandías ya no pude morderme la lengua y le dije:
¿Por qué, si sabías que era el ladrón, le hemos invitado?
 -Mira hijo, los niños sois muy egoístas, algún día te darás cuenta que da muchísimo más placer invitar que te inviten a ti.
-Pero padre, ¿para qué sembramos melonar si se aprovechan de él la zorra, las urracas y el ladrón?.
Mira hijo, no nos cuesta tanto trabajo: la tierra estaba arada; sólo vinimos una tarde a sembrar unas cuantas pipas. Lo malo sería que fuera un mal año, entonces no hay sandías pa nadie; pero si es un buen año, como éste, hay sandías pa la zorra, pa las urracas, pal ladrón y pa nosotros; nuestra ventaja es que nadie se come más a gusto las sandías en la tierra, y tampoco ninguno puede llevárselas a sacos. 
Mi padre: Librado Mayo Sáez

1 comentario:

  1. ¡Bella historia Juan! Esos hombres que nos precedieron, puede que no tuviesen altos grados de escolaridad, pero tenían una enorme sapiencia y una gran filosofía de vida. Cuantas cosas aprendió aquel niño, aquella tarde. La memoria, don divino del ser humano. He disfrutado mucho este relato.

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