sábado, 30 de noviembre de 2013

FUTURO SIN FIESTA

La gente española (que es la que vive a mi alrededor) habla de crisis y echa la culpa al gobierno, a los gobiernos, a los políticos. Pero nosotros somos muy culpables.
Yo soy culpable.
La crisis principal es de ilusión, -o de sobreconciencia quizá-: debíamos haber poblado más nuestro viejo país. Yo no he tenido más que una hija y la mayor parte de mis amigos tiene uno o ninguno. Ningún amigo mío ni, ahora que lo pienso, tampoco mis veintitantos primos, ha llegado a tres.
Porque las cosas están muy difíciles, la naturaleza tremendamente retorcida y el mundo monstruosamente superpoblado. Pero superpoblado de tercermundistas pobres, que muchos sólo saben que lo que ansían no puede ser peor que lo que dejan, y que se montan en pateras o kayucos, se mojan las espaldas o saltan las vallas. Pero nosotros, aquí, no queremos un hijo de la falta de conciencia o la irresponsabilidad de sus padres. Yo, desde luego que no. Tengo una hija que será el depósito de lo que yo consiga y el sostén de mis debilidades de salud o seniles, pero no creo que mis amigos que no tuvieron hijos le vayan a dar "capital" para que progresen gentes de otra cultura, ni siquiera de otra familia. Procurarán, comérselo ellos, ahorrar, asegurarse el futuro, atrincherarse para lo que venga: eso es muy improductivo. Ni ellos ni yo tampoco creemos que estos desheredados vengan a sostener nuestra vejez. Hay poco que pactar por ahí.

El mundo (incluso el tercero) se mueve por la alegría, el consumo es alegría, la alegría es salud, la salud se tiene en la juventud, y la esperanza, y la capacidad de regeneración. Pero España se aletarga; morirá de vieja. Nos hemos equivocado, quisimos para nosotros y para nuestros hijos la comodidad que no tuvieron nuestros padres y no hemos jugado a la lotería de la vida. Así que vamos a perderla.

Mis padre entregó a mi abuela el último sueldo antes de casarse; era lo que se hacía. Mi madre también vino sin nada al matrimonio, y tardó 20 años más en trabajar fuera de casa. Mis padres se casaron y se pusieron a vivir en una habitación en casa de mi abuela, con ella y mis dos tíos solteros. Allí  nací yo, mi padre era cantero y trabajaba amontonando piedras que labraba que, contratistas de obras o intermediarios, venían, más pronto a más tarde, a comprarle. Esa fue toda su seguridad durante mis primeros 13 años de vida, entre tanto me hicieron un hermano, que ya nació en la casa que se construyeron, y una hermana. Todo sobre la marcha.

Pero mi generación ha requerido una base para empezar: trabajo fijo, preferentemente de funcionario, coche, casa propia, y el freno de mano "a mano", por si acaso. Nos hemos tomado la vida tan en serio que no la hemos jugado, por eso estamos tristes, por eso tenemos tan poco futuro.

Lo peor es que los que ahora tienen veinte o treinta años están aburridos, y mucho más desesperados; lo tienen más duro. Ellos ni recuerdan que se puede vivir, y jugar a la vida, a base de privaciones. Yo, por afición y de oídas, conozco la posguerra y (ojalá me equivoque) no estamos preparados para ella.

No sé si estáis a tiempo, sacad boletos para la fiesta. Si sucediera un empuje a la natalidad todo reverdecería.

La economía: Los abuelos pagan gustosos los caprichos de los nietos, los padres que pueden, (y si no hacen lo imposible) pagan gustosos los caprichos y necesidades de los hijos. Eso mueve la economía.
Los hijos rompen calzado, dejan pequeña la ropa, comen, piden juguetes, necesitan conocer el mundo, quieren bicicletas o motos, más tarde coches, llenan las escuelas, bailan música, aman.





PD este artículo me lo inspiró uno muy interesante sobre pensiones, que os recomiendo, de Comendador. http://diariodeunsavonarola.blogspot.com.es/2013/11/este-singanas.html

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