martes, 22 de octubre de 2013



Hace tiempo que escribí sobre la superwoman Elvira Lindo, una mujer garbosa y lista, una literata con un oído especial, con un humor de champán, incluso como locutora de radio o actriz; que para todo vale. 
http://guerracivilenlas5villasdeavila.blogspot.com.es/2012/06/munoz-molina-y-la-superwoman-diana.html
Entre risas hemos leído con nuestra hija toda la colección de Manolito Gafotas, que satisface, aunque esté muy pegada a la realidad española de los 90 y haya que explicar alguna de las muchas cosas que han cambiado.

Muy pegada a la realidad de los 2.000 está esta novela Una palabra tuya: una sórdida exploración de unas mujeres sin clase, ni estilo, ni glamour, de una horripilante bastedad,  que discurren en los márgenes de la femineidad y la masculinidad, justo a las antípodas de esta mujer fascinante, que sin duda fue niña fascinante, y joven fascinante.
Y me clava en mi sentimiento de piedad una duda metódica: cómo se introduce, cómo pega la hebra, esta mujer de alta clase intelectual y social con unas cutres trabajadoras, que imitan al lumpen macho proletario para sentirse respetadas, cómo las escruta arteramente y cómo las escucha..,  porque lo hace, tiene que hacerlo: son personajes reales, laten en las hojas del libro.
Cuando las estimuló o las escuchó ¿estaba Elvira tomando nota desde la igualdad de los seres humanos o desde la superioridad entomológica? ¿No es esto traidor?, ¿Es piadoso, es lícito en lo moral, desvelar esas interioridades?
Porque Elvira Lindo no sólo levanta las faldas de estas pobres mujeres, no sólo las baja las bragas: son cosas muy vistas;  pero Elvira se mete dentro de la vagina de ellas y nos retransmite todos los ruidos internos y externos que resuenan en sus vejados cuerpos. Sórdida, llega y desborda lo  lenguaraz, lo indiscreto, lo humillante, pero le salvamos sus cómplices. Ciertamente, no tendría sentido tal acopio de sensaciones si no fuera para publicarlo, para que nosotros lo leamos.
¿Es la gracia de la señorita que se ríe de las catetas?Sí, porque todos sabemos que las representadas no son ella, ni puede haberlo sido nunca, que además está casada con el educadísimo futuro candidato al Nobel de Literatura, melómano, militante ciudadano, civiquísimo él: Antonio Muñoz Molina. Porque sabemos quien es, Elvira la glamorosa, no se mancha de la vida que nos ha contado, como sí se manchó Julián Herbert. Ella es parecida a Martínez de Pisón, http://guerracivilenlas5villasdeavila.blogspot.com.es/2013/06/el-inmenso-placer-de-dejarse-ir-leyendo.html navegante del batiscafo de los vericuetos del sexo femenino, lavando con sus manos enguantadas de literatura  la  ropa sucia de esa gente para nosotros.
Me preocupa si es lícito, si como lectores debemos aprobarnos y aprobar que esta mujer utilice los residuos orgánicos de la subhumanidad ajena, sacando del batiscafo un arpón para ensartar y mostrarnos los últimos animalejos abisales que nos quedaban por conocer.

Leyendo en Una palabra tuya la nihilista cita de la Biblia que lo inicia, uno, que tarda mucho o quizá no llega a  encariñarse con los personajes, no sabe si también las recomendaría vivir – y no apearse- de esa vida que, ni Elvira, ni ninguno de sus lectores fuimos, ni somos, ni seremos, por muy bajo que caigamos.

Pero, precisamente, esta es la ventaja absoluta de literatura, que nos proponen los grandes escritores implicándose en primera persona en la inmundicia: podemos recrear en nuestro magín interno, sensaciones casi extrasensoriales llegando a la mixtura por ósmosis adentro de subalmas que viven subvidas. Ningún otro arte como la literatura necesita tanta complicidad del lector, y sólo con ésta se puede  llegar tan hondo. 
¡Pobres mujeres desnudadas! Pero nadie que continúe leyendo puede rasgarse las vestiduras: somos cómplices de esta intromisión.

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