miércoles, 29 de mayo de 2013

También tengo pensado leer todo Pío Baroja (lo que no es tarea pequeña)



Lo cual implica que compraré todos los libros que caigan en mi mano por un euro, con la consiguiente obligación de leerlos si la vida me da tiempo; tengo demasiados compromisos de lectura.

Al principio de este blog ya leí la trilogía de “La lucha por la vida” creo que el que más me gustó fue el primero “la Busca”. A consecuencia de ello  puse a Baroja en un pedestal y decidí que un día fuéramos al cementerio civil de Madrid donde está enterrado, pero su tumba es tan discreta y está tan escondida, que nadie que no sepa puede encontrarla, sin recorrerlo de cabo a rabo. Allí vimos a muchos republicanos, La Pasionaria, que está al principio, con su enorme lápida blanca, Largo Caballero, Besteiro, Fernando de los Ríos, Institución libre de enseñanza, Residencia de estudiantes, presidentes de la Primera República etc. Baroja tiene una tumba en común de los mortales, que no fuimos capaces de hallar.

 

Acabo de leer “Las veleidades de la fortuna” acabado en 1926, que es el último libro que cayó en mis manos. No es una buena novela: carece de acción. Resulta una continua divagación sobre el modo de ser de los europeos, los españoles, la recién acabada primera guerra mundial, la literatura, la filosofía, la naciente psicología de Freud....  la inacción se sitúa en una Europa burguesa, entre Suiza, Alemania y París, donde una mujer española que viaja “a la buena vida” ha tenido problemas con su marido, un hombre falso, que le ha sido infiel y para ello acude Larrañaga, un primo, a mediar en el asunto. Llevan una vida de hoteles y cafés donde hacen amistades singularmente con un alemán Stolz.

El libro me ha sorprendido por su antisemitismo. Uno, gracias a decenas películas como la Lista de Sindler, Holocausto, La vida es bella, etc, tiene desarrollados anticuerpos contra el antisemitismo y me resultan pastosos, hirientes, corrosivos, los comentarios que aunque sea en boca de personajes, salen hacia los judíos, los intelectuales judíos, hasta el olor de los judíos, que quedan flotando en el ambiente  por no haber sido suficientemente rebatidos. Para mí este libro deja sentado (lo comparta o no el autor en su fuero íntimo) el “lugar común” que en la mentalidad colectiva de la época era considerar  a los judíos, falsos, apestosos, traidores, manipuladores... Y es un reflejo del antisemita ambiente de entreguerras que ha impregnado a la  sociedad, que fue, sin duda, el caldo de cultivo del nazismo genocida que triunfará poco después con Hitler en 1933 y que se expandirá con sistemática saña por toda Europa bajo el liderazgo militar,  económico y social, de la arrolladora Alemania.

 

Claro, que todo el libro es pesimista y no deja a “títere con cabeza”: ni a franceses, ni a alemanes, ni a españoles, ni a suizos. Lo único a lo que es fiel es al desengaño: aquí os copio un certero análisis de la condición humana.

El hombre generoso, de buenas intenciones, es verdaderamente raro. Yo conozco alguno y, naturalmente, lo estimo mucho por su rareza. La mayoría es gente envidiosa, atravesada, embustera. Un amigo mío, de Bilbao, que no veía más que gentes de mala intención, me dijo una vez: He encontrado el mirlo blanco: es un médico de pueblo que hablando de un compañero de Bilbao, me ha dicho que es un gran médico, hombre de ciencia profunda, que cada día aumenta. Me ha chocado su buena opinión y su buen deseo. Luego he sabido que el médico de pueblo está enfermo y ha ido a consultar con el médico sabio.

 

-Yo no sé si es verdad o no tu mala opinión de la gente y del prójimo, pero es cosa que no me hace gracia –dijo Pepita-.

 

-¿Qué quieres? Yo no soy optimista. Intento ver las cosas como son. Hay una época en la vida en que el prójimo nos molesta porque es nuestro rival; luego, ya cuando perdemos esta idea de la rivalidad, más que nada porque no aspiramos a nada, comprendemos que el prójimo, como uno mismo, no  es un ejemplar raro, sino un ejemplar vulgar y corriente de una edición de millones.

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