miércoles, 15 de mayo de 2013

Pablo Neruda: otro argumento de autoridad contra los anarquistas.


 
Quien me sigue sabe que tengo la peor opinión de los anarquistas en la guerra civil. Es algo reciente, simplemente me viene del estudio y se acusa cuanto mayor es mi conocimiento. Y resulta lamentable, porque tengo algunos conocidos y hasta un amigo a quien yo puedo definir (muy anárquicamente) como anarquista -y sé que ha pagado cuotas a la CNT-.

Los anarquistas fueron olvidados en la posguerra, para Franco el enemigo eran los comunistas, -y la conspiración judeo-masónica-. No sé si habrá datos de esto, pero yo me atrevo a aventurar a modo de muestreo, por lo que he visto y leído, que seguramente más de la mitad de los asesinatos y (seguramente exagero, pero poco) el 100 por 100 de los destrozos en iglesias y saqueos en palacios, los protagonizaron los anarquistas, cuyo componente anticlerical era infinitamente más acusado y rabioso que Izquierda Republicana, el PSOE o el PCE.

En anteriores entradas me apoyaba en Azaña y Hemingway; ahora que estoy leyendo a Pablo Neruda quien, aunque  sus enemigos eran Franco y Hitler, no deja de escribir esto:

Los anarquistas habían pintado tranvías y  autobuses, la mitad roja y la mitad amarilla. Con sus largas melenas y barbas, collares y pulseras de balas, protagonizaban el carnaval agónico de España. Vi a varios de ellos calzando zapatos emblemáticos, la mitad de cuero rojo y la otra de cuero negro, cuya confección debía haber costado muchísimo trabajo a los zapateros. Y no se crea que eran una farándula inofensiva. Cada uno llevaba cuchillos, pistolones descomunales, rifles y carabinas. Por lo general se situaban a las puertas principales de los edificios, en grupos que fumaban y escupían, haciendo ostentación de su armamento. Su principal ocupación era cobrar las rentas a los aterrorizados inquilinos. O bien hacerlos renunciar voluntariamente a sus alhajas anillos y relojes.

(...)

Esta atmósfera de turbación ideológica y de destrucción gratuita me dio mucho que pensar. Supe las hazañas de un anarquista austriaco, viejo y miope, de largas melenes rubias, que se había especializado en dar <<paseos>>. Había formado una brigada que bautizó <<Amanecer>> porque actuaba a la salida del sol.

-¿No ha sentido usted alguna vez dolor de cabeza?- le preguntaba a la víctima.

-Sí, claro, alguna vez.

-Pues yo le voy a dar un buen analgésico –le decía el anarquista austriaco, encañonándole la frente con su revólver y disparándole un balazo.

 

Mientras estas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la única fuerza organizada que creaba un ejército par enfrentarlo a los italianos, a los alemanes, a los moros y a los falangistas. Y eran al mismo tiempo, la fuerza moral que mantenía la resistencia y la lucha antifascista.

 

Pablo Neruda murió el año 1973 muy pocos días después del golpe de Pinochet, en esos momentos todavía vivía Franco, el enemigo. Dejó sin concluir, o al menos, sin ordenar sus memorias, entonces subsistía la guerra fría, y él era comunista, entonces su enemigo era Nixon. Pero casi cuarenta años después, Neruda, que nos confiesa que ha vivido mucho -y muy interesante- en tantísimos lugares del mundo, se acuerda (indudablemente con dolor e indignación) de aquellos “compañeros de bando”.

Y si lo hizo es porque verdaderamente lo sintió así.

 
Pablo Neruda
 

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