martes, 11 de diciembre de 2012

Camino del Juzgado

Apuntes autobuseros.

De seis y cuarto a siete y veinte de la mañana  viajo a la defensiva, (queriendo prolongar el sueño del que me arrancó la alarma del reloj),  con un gorro de lana estirado por toda la cara pretendiendo amortiguar luces y ruidos. Busco, en la noche del gorro, refugio en la nada o en la relajante fantasía,  a veces imagino detalles de una novela negra que acabo de discurrir. También pienso en salvar asuntos que me esperan en el trabajo. No sé (creo que no) si me he llegado a dormir alguna vez; sería  lo ideal.

Lo que me obsesiona un poco en esta duermevela es apoyar toda la espalda contra el respaldo del asiento. Tantas horas sentado en el trabajo, más las del autobús, se acumulan a mis antecedentes como guitarrista y hacen que se me estén acentuando unas molestias lumbares que ya se insinuaban.

Sé que en Madrid hay medio millón de personas que (iba a escribir “viven”) mueren trayectos como el mío todos los días. Uno necesita entrar dentro de la piel del otro para compadecerlos (como ahora hago yo).

 




La Salamanca monumental donde está mi trabajo me encanta. Salvo cuando ha llovido la paseo en la noche cambiando los itinerarios para ver los reflejos de las luces en sus piedras doradas. Como soy tan exhibicionista he querido reflejarlas y compartirlas con vosotros así que me he llevado la cámara y el trípode.

 

Creo que es uno de los secretos de la vida: hacer de la necesidad placer: sucede que no suelen abrirme la puerta de la oficina hasta las ocho menos cuarto.
 

 

En unos soportales del convento de los Dominicos, a la sombra del luminoso retablo de la iglesia de San Esteban, he descubierto que duermen, entre viejas mantas sucias y  renovados cartones, tres  vagabundos. Creo que a uno, más joven que yo y bastante corpulento, le he visto mendigar en la calle Prior. En otro lugar he visto un cuarto mendigo que duerme en un cajero automático de la Caja de Extremadura. (Escribo este nombre comercial por agradecimiento humanitario). 

Al comercio salmantino le ha pillado una crisis al cuadrado, a la propia crisis (universal) la multiplica el que hace un par de años se haya asentado el gigante del comercio español: El Corte Inglés. (creo que esto ya lo he escrito en el blog)

Este otoño ya ha helado. Un día que llegamos al dos bajo cero me acerqué a ver si los mendigos habían optado por pedir asilo en algún sitio menos glacial,  pero ahí estaban como siempre. Veinte minutos después, en mi  trabajo, una compañera al entrar de la calle dijo: ¡qué frío hace!:¿a ver si con los recortes no han encendido la calefacción?

Yo me sonreí pensando que entre nosotros, los afortunados trabajadores del Ministerio de Justicia, carece de sentido hablar del manido tiempo metereológico que –casi- no padecemos.

 

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