lunes, 8 de octubre de 2012

El ferrarismo.


Es bien conocido por los seguidores del blog mi odio por el fútbol, como espectáculo acaparador, como pasión de conocimiento, como política, como negocio. Pero hay otra actividad ¿deportiva? que odio más porque es peor.

Se trata de los “deportes” de motor, la fórmula 1, o el motociclismo, o los ralis de Carlos Sáinz, o el París-Dakar.

Voy a centrarme en la Formula 1, un deporte en el que dependiendo del coche que tenga un conductor  será el primero o el decimoctavo de la carrera, porque quien hace el esfuerzo diferencial es la máquina y no el piloto. ¿Imagina alguien que Induráin hubiera cambiado la marca de su bicicleta y por ello llegara vigésimo en una contrarreloj? En España se tuvo la suerte de que durante unos años, el mejor coche lo condujera uno de los nuestros y la gente se aficionó masivamente, lo que trajo consigo confesiones multitudinarias de pasiones patrióticas, incluso pasiones de marca; a mí me parecen falsas, porque nunca lo entendí: confieso que jamás he visto más de un minuto de este deporte.

Será la pasión por la marca, por la estética exclusiva, un reconocimiento calvinista al triunfador, pero esto es un insulto a la inteligencia común.

Este coche cuesta 250.000 euros y nadie que no sea un millonario de nacimiento, futbolista, especulador, banquero groseramente indemnizado, traficante de drogas o un afortunado acertante de lotería con bote, puede permitirse la exageración de conducir esta máquina de 620 caballos de potencia. El 99,9 % de los aficionados que siguen a Fernando Alonso y a su Ferrari sólo podrán conseguir fotografiarse con uno, si encuentran en habitats como Marbella o Cannes,  alguno de estos ejemplares destructores de salud y naturaleza. Tan ejemplar contamidador es este coche  que quema 32,7 litros a los 100 km, en tramo urbano, (además gasta la gasolina más cara). Las emisiones de CO2, azufres y demás componentes que produce su ineficiente combustión  agreden a la naturaleza casi 10 veces más que otros coches con motor de explosión.
Entiendo que haya antitaurinos que se manifiesten contra la fiesta de los toros, lo que no entiendo es que no haya gente que se manifieste contra la opulencia de los caballos rampantes.
Añado que para mí estos exclusivos coches son también la quintaesencia de la corrupción capitalista, y sus seguidores pobres -que los tienen-, representan la indignidad servil hacia el poderoso ostentador con derecho de pernada.
Ojalá fuéramos, de verdad, ciudadanos.
 

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