martes, 17 de julio de 2012

Viaje por Andalucía (Úbeda 1)


He tardado en asumirlo, pero mi nombre es Juan de la Cruz, y el santo poeta  a quien debo este incómodo nombre murió en Úbeda un 14 de diciembre.

Estatua  de  San Juan de La Cruz en La Carolina, donde paramos antes: pueblo nada andaluz pues está hecho sobre una cuadrícula como el Ensanche de Barcelona. Lo mandó hacer  Carlos III.

Seguramente por ello me correspondía rendir una visita a esa ciudad con el justo título de patrimonio de la humanidad, pero ha tenido que ser después de la estimulante lectura del “El Jinete Polaco”que ya me conocéis. Quería ver y respirar los pasos ubetenses de Antonio Muñoz Molina, que se desarrollan en esta localidad que él llamó Mágina.

Bien tarde lo intentamos: más de 20 años después de su éxito con el Premio Planeta, y 38 años después de que sucedieran los hechos más significativos. Aunque, de principio, tuve la suerte de encontrarme a un cronopio llamado Simón.

Llevábamos la tienda de campaña con intención de alojarnos en el camping, pero en Úbeda sólo encontramos dos carteles que envían al dubitativo viajero a una rotonda con tres salidas; tomamos y agotamos dos direcciones y dimos dos vueltas siguiendo sus destinos concienzudamente a ver si aparecía, con la agravante de que ya llevábamos encendido el piloto de la reserva de gasolina. Pero al tercer intento tuvimos el acierto de preguntar a este hombre que paseaba a las 5 de la tarde del domingo y se prestó a montar en nuestro coche y señalarnos. Nos condujo al campamento, adonde no habríamos llegado sin una ayuda como la suya. Surgió en la conversación su ilustre paisano, del que, por supuesto, había leído ésta y otras novelas y nos comentó que tuvo la suerte de trabajar, no sé si de bedel o administrativo en la “casa de las torres” donde aparece la momia que se descubrió emparedada cuando la acondicionaron para escuela de artes y oficios. Simón nos dijo que la madre del novelista, a quien él aborda cuando la encuentra en la calle para preguntarle por su hijo, sabe muchas más cosas sobre la historia de aquel hallazgo de una mujer emparedada de las que AMM ha escrito en esa obra y que “tiene pena de muerte” si no escribe más. Nuestro amable cronopio nos estuvo hablando de muchas otras cosas de la historia local, en una hasta llegó a cuasijustificar  con argumentos históricos que La Guioconda  era de Úbeda. Para acabar, el tipo no quiso ni siquiera que yo le llevara en mi coche de vuelta a la ciudad. Dos kilómetros que se tragó de vuelta con sus kilos. Siguiendo sus indicaciones supimos que el novelista había estudiado en el instituto San Juan de la Cruz, donde se desarrolló esa perfumada escena que copié en una entrada anterior.

A la mañana siguiente fuimos a descubrir la ciudad y aquellas huellas. En la oficina de turismo nos informaron, previa petición de ayuda a un funcionario municipal, muy versado sobre el muñozmolinismo, que el “Bar Martos”, donde se cogía las borracheras de desesperación amorosa el protagonista, hace tiempo que cerró, cambió de nombre, se remodeló... y que ahora quizá el local se llame Don Lui o Lord Lui (no apunté el nombre) pero nos lo señalaba en el mapa, como está en una parte nueva de la ciudad y no hay rastro de aquello, ni no nos molestamos en buscar. Ya no teníamos a Simón, que nos hubiera conducido allí envueltos en su erudita conversación.
Dos vistas de la sierra Mágina (no sé si eso es lo que conocemos como "los cerros de Úbeda")

Barrio de San Lorenzo.

Al final de la tarde descubrimos el barrio de San Lorenzo donde vivió el novelista, desde donde sus ojos se perdían en fantasías sobre los incitantes pliegues de la sierra Mágina. En otros incitantes pliegues de la casa de las Torres seguramente también dejó pasar su fantasía grotesca  y nosotros nos sentamos dos tardes a contemplar aquel retablo.










También tratamos de visitar el puesto en la plaza de abastos que tenía el padre hortelano del escritor. El conserje, muy amable también, nos señaló el sitio que ocupaba y donde Antonio pasó sus vergüenzas juveniles de verdulero sin vocación, pero nada estaba igual, porque en los años noventa también hubo una remodelación. Aunque los peregrinos mitómanos nos conformamos con cualquier brizna.

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