domingo, 15 de enero de 2012

Siempre hablamos de la peligrosa acaparación de la industria mundial que parece haber emprendido China a cualquier precio: sea la salud de sus ciudadanos, su medio ambiente (y el de todos) incluso a costa de financiarnos y (lo he dicho yo) perder dinero en el objetivo. Pero China todavía no tiene empresas creativas de nivel mundial. No dudo que las tendrá, pero al lado de ellos, discretamente, Corea del Sur, hace tiempo que las tiene.

Nada más diré que la mayoría de las televisiones que actualmente se venden son básicamente de dos marcas: LG y Samsung. De diseño y fabricación coreana (creo). Además Corea tiene marcas propias de coches Hyundai y Kia, y fabrican en la ciudad de Daewoo la marca Chevrolet masivamente. Tan típicamente norteamericana. (aunque en la guerra civil en el Barranco de las Cinco Villas de Ávila hay un Chevrolet).

Me estoy dispersando. Ya.

Lo que quería decir es que tiene mucho mérito ser una potencia mundial entre China y Japón, con la espada de Damocles de sus “hermanos” del norte: monarquía absoluta hereditaria de tercera generación, que mantiene un grandísimo ejército a costa del hambre de su población, con una poderosa artillería (dicen que la mayor del mundo)  y bombas atómicas que penden sobre los del Sur.

No es que yo pertenezca a un lobby  procoreano. Sucedió que el pasado lunes por la tarde puse la emisora Radio Clásica y me encontré sonando una versión estupenda de la Sinfonía nº 1 de Mahler, que me subyugó extraordinariamente, de manera que presté mucha atención al final cuando dijeron los intérpretes: era un programa de intercambio internacional que nos brindó un concierto de la Orquesta de la Radio de Corea del Sur. Es la mejor versión que he oído nunca de esa sinfonía, sobre la que os quiero abundar  la información de que uno de sus movimientos tiene una marcha fúnebre con el tema francés de “Frere Jacques”.

Me acordé entonces que algunos coreanos de nombre indescifrable han ganado reiteradamente los premios de piano más importantes de España: el premio Santander, o Paloma O’Shea y también hay por ahí violinistas importantes, aunque no tan famosos como otros. Recuerdo más, hace unos años descubrí a un niño guitarrista que tenía muchísimas visitas en internet: se llamaba algo así como Shunga Jung, y sorprendentemente también es coreano.

Y terminé por recordar  la coreana más famosa: fue una prenda de abrigo que a finales de la década de los 70 llevamos todos.



Hace un año escribí, jugando al predictor apocalíptico, que a bastantes partes del mundo les convendría que Corea del Norte declarara la guerra a sus “hermanos” del Sur. Lo sigo pensando, aunque prefiero que la realidad me desmienta.

Entonces miré en las estadísticas de mis visitas y tuve una de Corea.

Nunca más han perdido el tiempo conmigo. Pero tiene su mérito que yo se lo hiciera perder: son todavía más trabajadores que los chinos.

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