lunes, 9 de enero de 2012

Libros durmientes.

Este blog nació de la impotencia de no poder ver “en tomo y lomo” mi cuento premiado por la cámara de comercio de Arévalo. Me hubiera conformado (y ofrecí una parte del metálico para ello) con que se publicara, aunque hubiera sido en un catálogo del programa de fiestas salpicado de anuncios de pastelerías, anticuarios y asadores de corderos(1).

Yo aún quiero a los libros de Gutemberg, y los compro en abundancia variopinta a un euro. Estos que se ven en la foto son libros solidarios que un poeta de Béjar apellidado Comendador canaliza del sobrante de su propia biblioteca y de benefactores altruistas que los dan para que este hombre saque dinero con que enviar ayuda a Perú. Los libros yacen en sus cajas esperando que los primeros sábados de mes en que se alza este rastrillo alguien los diga “levántate y anda” conmigo, y los lleve a su casa, y –quizá (si no compra más de los que puede leer, como es mi caso)- los lea.

Todo es una buena obra; estamos contentos por activa y por pasiva.

Sucede que muchos de los libros ahí erguidos son premios, algunos son antologías de cuentos premiados como el mío. Antologías o premios que esta mañana no compré, alegrones como el mío, de escritorcillos que pensaron que era el primer peldaño de piedra en una escalera dibujada hacia la fama, las entrevistas, las calles a tu nombre, los premios nacionales, los libros de texto y por último la culminación: el profesor de literatura haciendo un comentario a tu texto y prendiendo la llama de la literatura en sus adolescentes discípulos.

Pero estos libros acabaron aquí, en esta otra escalera y gente como yo los desprecia en beneficio de valores más seguros.



Tengo todavía preñado el libro de La República y la Guerra Civil en el Barranco de las Cinco Villas de Ávila. Nacerá -espero que este año- y me dará disgustos porque alguien se sentirá aludido y querrá demandarme por ofender a sus antepasados. Luego sabré que no se han vendido muchos, y que, de esos pocos, algunos se han leído sólo por encima. Y al final, para hacer sitio, cuatro o cinco años después,  alguien donará las cajas sobrantes, que no se vendieron o se devolvieron a la editorial, a algún proyecto solidario.

Pero quedan consuelos:

-en ese momento mi nombre podrá estar erguido al lado de Kafka, de Homero, o de Vargas Llosa “en pie de igualdad”.

-puede que algún curioso, por el módico precio, quiera descubrirme esa tarde.

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