miércoles, 18 de enero de 2012

Ian Gibson, dos escenas sorianas.

Hace cuatro años empezaba yo a plantearme la prioridad de leer sobre las vivencias que pudieron experimentar los personajes de mi guerra, sobre todo, en un momento tan dramático como son los fusilamientos. Pensaba en el “famoso” fusilamiento del más famoso personaje de 1936, Federico García Lorca, y creía que estaría todo bien investigado y escrito por el mayor erudito del tema, Ian Gibson en su biografía de dos tomos y más de mil páginas.

Gozosamente emprendí la lectura y me encontré un libro en el que cada detalle había sido explorado hasta su último resquicio, y su compilador –además- nos daba cuenta de cada puerta llamada que no se abrió a la certidumbre. A pesar de andar sobre ascuas sobre los detalles de la muerte, <<que resultó ser un hecho secreto del que se pudieron conseguir malamente en su día, los detalles que se pudieron (y hace un par de años se han mostrado como vanos –o que hubo un traslado de todos los restos-)>>, el libro sigue mereciendo la pena (aunque otro día tengo que escribir sobre un antecesor Penón y el  libro que salió hace pocos años Miedo olvido y fantasía) a nosotros nos entusiasmó, y no sé si fue casualidad o el inconsciente, que aquel año decidiéramos ir de vacaciones a la playa en Granada y que la agotáramos pronto, para terminar pasando cuatro noches en la capital. (el día que escriba sobre Penón me extenderé sobre Granada). También adquirimos la serie completa para televisión que filmó Juan Antonio Bardem, basada en la biografía de Gibson; la vimos fervorosamente.



Un amigo, al que visitamos estas navidades, tenía en su biblioteca la biografía que hacia el 2006 hizo Gibson de Antonio Machado y, como me da esa mezcla de pavor y de pereza seguir escribiendo mi libro, me la estoy leyendo (algo hablará de la Guerra).

 El pasado verano estuvimos en Soria. Machado aparece por todas partes.

Gracias a la prolijidad de sus 641 páginas puedo sentir la respiración de Machado, como sentí en su día la de Lorca. Gibson tiene el prurito de intentar pisar todas sus huellas; incluso nos brinda los paisajes que ha visto al repetir las excursiones de Don Antonio por Urbión o por las sierras que rodean Baeza.

Los dos: Lorca y Machado, tan sublimes que pareciera que sólo trataran con las musas de amores, elegías, tragedias y filosofías, sufrieron berrinches causados por esos paisanos brutos que tenemos que soportar todos alguna vez. Al pobre Lorca, aunque era extrovertido, le dolió en aquellos tiempos que alguien se “confundiera” con su apellido y le llamara Federico García Loca, aludiendo malintencionadamente a su orientación sexual; y en un pueblo de Soria le tocó aguantar que unos jovencitos fascistas le reventaran una de las funciones de teatro clásico que representaba con su compañía La Barraca.

paseo de San Saturio

Pero algo más íntimo, y por eso me ha dolido más (creo que he compartido su berrinche un siglo después) saber que al tímido Antonio Machado, tan delicado en cada paso que dio para casarse con Leonor, la hija de la patrona de la pensión donde residía: (se declaró con un poema olvidado, pidió la mano a los padres a través de un compañero de trabajo, e inmediatamente se fue a vivir a otro sitio, porque no pareciera mal que ya estuvieran compartiendo techo...)   unos jovenzuelos sorianos le reventaron su boda con su enamorada de 15 años, dándoles una “cencerrá”, que es una costumbre de los mozos de los pueblos: amargar la noche de bodas al viudo que se casa de segundas con una joven. Tiene que ser horrible, especialmente para la mujer, que ese día tenía que perder su virginidad, ver por primera vez el pene erguido de un hombre, (un aparato tan extraño y agresivo), con esa murga, imprecaciones, groserías... ¡Pobres Leonor y Antonio!

Iglesia en la plaza del Ayuntamiento de Soria, donde se casaron Leonor y Antonio. La estatua de bronce representa a la víctima de aquella cencerrada.

POSDATA En mi pueblo natal, Cardeñosa, pocos años antes de nacer yo, dieron una “cencerrá”. Aquello consistió en el asedio a la casa: los mozos rodearon, no solo con cencerros frenéticamente agitados, también de cánticos soeces, orines, y golpes en la puerta que no abrieron... redoblados gritos y cencerros... pero la brutalidad se retroalimenta y aquel escarnio culminó con un carro de mulas al que los mozos se uncieron para usarlo como ariete con el que rompieron la puerta de la casa donde aquella joven mujer (podría tener la misma o más sensibilidad que Leonor Izquierdo) estaba conociendo por primera vez el amor físico, -si es que la fustigada pareja tuvo ánimo para ello-.

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