jueves, 30 de junio de 2011

El viaje de los maestrillos

Esta narración trata de comprender el viaje de unos 70 km. que debieron realizar dos maestros, Goyo y Máximo, un aparejador -Pedro- y  un médico -Jose-  desde calabozos de la ciudad de Ávila hasta un recodo de la Cuesta de la Parra, en  el término municipal  de Mombeltrán (Ávila).


 11 de septiembre de 1936.  7 A.M. CALABOZOS DEL CUARTEL DE INTENDENCIA DE ÁVILA.

-¡Arriba España! Vamos, maestrillos rojos, que  “sus” van a cambiar de alojamiento. Salimos de viaje.
-¡Arriba!
Las cuatro personas que ocupan los dos catres de ese calabozo se estiran, se desperezan malamente.
-Poco lejos vamos –ha dicho Goyo -: a las tapias del cementerio.

Se hace el silencio entre los hombres. Llevan más de un mes compartiendo miserias y pedos, y también pan y tocino, y patatas con arroz reventado, pero sobre todo miedo. Un miedo que les sierra el cráneo cada vez que escuchan tan vecinos gritos, golpes, juramentos y quejidos de los interrogatorios, de los escarmientos. Todos los días traen gente detenida de los pueblos. Han oído frases como esta:
-¡Rojo de mierda, te voy a reventar el alma, te voy a pegar un tiro por la boca que te va a salir por el culo!
La segunda noche escucharon un tiro. Todavía les dura el estallido en las sienes. En ese estrecho calabozo la respiración se hizo definitivamente contrita y agalopada, como de un gorrión en la mano.

Pedro rompió el corrosivo silencio:
-Bueno, no tienen por qué matarnos. No tendría sentido; nos han dado de comer estos seis días.
-Lo que se dice comer..., -Dijo Goyo- ¡son las sobras del rancho del cuartel!
-No nos pueden matar ¿Quién enseñará a leer a sus hijos? ¿Quién los va a curar?, necesitan médicos; somos útiles, pueden destripar a todos los jornaleros que quieran, pero cuesta mucho dinero y bastante tiempo hacer un médico.
-Suerte tú, Jose, para maestro creen que vale cualquiera...
-Mira, nos traen desayuno.
-Hoy café, señoritos. Apartarse de la puerta, que entro.
El carcelero les entrega un puchero con café y unos coscurros de pan duro. Los encarcelados han de apañarse usando por turnos un único vaso de aluminio que queda permanentemente en la celda.
 -No me gusta eso del CAFÉ, significa en la jerga de los pistoleros fascistas Camarada Arriba Falange Española.
-Déjalo hombre, para una vez que se estiran…, nos lo vas a amargar.
-Me cagüenlá, está frío.
Cinco minutos después:
-Rojos, aviaros que vamos de viaje. Aquí no hay sitio, tenemos mucho trajín repasando a todos los rojos de los pueblos. Hay  que espulgar to la provincia. Os llevamos a Arenas de San Pedro, que hay un edificio grande, esa  va a ser vuestra prisión.
-Al Castillo, -dijo Máximo- nos llevarán al Castillo que llaman de la Triste Condesa.
-No, maestrillo, vamos a llevaros a una cosa mejor, a un palacio, me han dicho que a un palacio de príncipes.
-Sí, yo lo conozco: es el Palacio del infante don Juan; el medio palacio, porque le falta un ala, está inacabado. Dicen que allí estuvo Goya, y el Músico italiano Luigi Boccerini.
-Bueno, nos cambian de palacio -dijo con sorna Jose-. Aquí donde estamos, este cuartel, era el Palacio de Los Polentinos.
-No os creáis, -remachó Goyo bajando la voz- esa historia de Arenas de San Pedro, es para que vayamos dóciles al degolladero.
-Hombre, -dijo Pedro- se puede entender. Aquí es verdad que tienen mucho trajín. Si no han sido capaces de ganar ya, esto es una guerra…, y tienen que vencer a Madrid, a Bilbao, a Barcelona y a Valencia... No va a ser cosa de un par de meses, ahí hay mucha gente. Tienen que empezar a pensar en el futuro próximo, preparando cárceles, y en el futuro lejano: nos necesitan cuando se arregle esto, cuando llegue una paz. Todos tenemos familias relativamente pudientes, si pasan por encima de nosotros, pasan de alguna manera por encima de ellos. No creo que les interese. Además nosotros no hemos hecho nada, no hemos quemado iglesias, no hemos violado monjas, no hemos ocupado tierras... no hemos hecho nada.

-Hay que mirarlo bien, en Arenas hace mucho mejor invierno. No en vano llaman a la zona La Andalucía de Ávila.

-Venga, hacer vuestras necesidades, que arranca el camión.

El camión parte del cuartel cuesta abajo, en dirección a la Puerta de San Segundo. Se detiene para dar cuenta de su salida a los dos centinelas que vigilan esa entrada de la Muralla. El camión acelera cruzando el puente de piedra sobre el Adaja; este río en septiembre es una muda soga de humedad; desde julio no es capaz de llenar con sus aguas el alzud que hace funcionar las aspas de la Fábrica de Harinas. Por eso está parada y sólo ruido de motor los despide de las murallas que quedan a contraluz; los primeros rayos de sol rozan las almenas y se proyectan sobre los ojos de los presos que echan un último vistazo. Detrás se les agrega un coche con cuatro de hombres vestidos de civil. Llevan bien a la vista  fusiles Mauser.  Goyo no pierde de vista las armas, pero ya no se atreve a expresar su inquietud.
A las ocho sopla en el Valle Amblés un buen airecillo para la faena de limpia de las mieses de los que anden aún rezagados, porque ya la mayoría  de los labradores está cargando la paja trillada y barriendo las eras para el año siguiente. Entre El Fresno y  Salobral, el camión adelanta varios carros aparejados con redes barrigudas de paja.
-Estamos cruzando el Valle Amblés. ¿Veis como no nos llevaban al cementerio?
En la recta más recta que existe en la provincia abulense, la que va desde el pueblo de Salobral a la curva del  puente que vuelve a cruzar el Adaja, vigila como un escorzo de la Sierra de Ávila, el castillo de Manqueospese,  una mole granítica  perfectamente integrada con el fondo del cuadro, la verticalidad de la mampostería de sus muros envía un brillo que delata su poderío a decenas de kilómetros.
-Mirad ese castillo -dice Pedro-, parece que nos mira con indiferencia.
-Pues tiene una leyenda como de fantasmas -comenta Máximo- y precisamente tiene que ver con mirar. Un joven noble estaba enamorado y parece que era correspondido por la heredera de la Casa de los Dávila, que es el palacio adosado a la muralla que tiene un balcón renacentista que mira a esta sierra. Pero esta familia tan importante no le consideraba adecuado para su hija. Tras algunas peripecias en las que los jóvenes conseguían verse, al final al mozo le recluyeron en este castillo desde el que no puede contemplarse la acrópolis abulense, pero él  insistía declarando: “Manque os pese la veré” Para que triunfe el amor, el cuento termina con el empecinado joven, por medio de un largo mástil con una tela blanca, o espejos, o por señales de humo…, que siguió comunicando su amor. Pero ni desde lo alto de la muralla, ni desde lo alto del castillo es posible atisbar nada. En medio están los montecillos de Riofrío.
-La historia es deprimente. –comenta Goyo- Luego os quejáis de mí.

Pasado Solosancho, la vista a la derecha de la omnipresente Sierra de Ávila convierte a los ojos de los presos aquellas arrugas en  valles y cañadas por las que la imaginación se evade en huída hacia esa luz morada como tupida flor de cantueso, pero ya es tarde para la floración; es un espejismo. También es tarde para la escapada; es un puro sueño como el del mítico inquilino del castillo de manque os pese.

Mas adelante, en un bajo, hay un pueblo enfrentado a unas peculiares formaciones graníticas. El conductor del camión para a mear y se malencara con los cautivos:
-¿Sabéis como se llama este pueblo…? La Hija de Dios, y se va a llamar siempre La Hija de Dios. Dios triunfa; nunca va a ser nunca la hija de Lenin, enteraros bien, rojos de mierda.
No importa que los presos respondan que creen en Dios. De La Hija en adelante todo es cuesta. El camión barrita y va parándose en los cambios de marcha. Los piornos del páramo rodean los geométricos cuadros de pinos de repoblación. Pocas vacas están triscando los últimos pastos frescos de la temporada. Los vaqueros miran desde la ladera el camión como cosa rara.
La angustia del motor del camión se contagia los prisioneros, amedrentados en la contemplación de estos páramos incultos, casi desiertos, tan propicios para ese final tan temido. Goyo no tiene ánimos ni para ser agorero; con los ojos cerrados, está rezando pasar este trance.
Coronado el umbrío puerto de Menga, el camión coge velocidad bajando hacia el altiplano del Alberche. Todos se enfrían, alguno tose. El camión casi se detiene en el desfiladero de la Cueva del Maragato, una ciclópea garita de granito que lleva millones de años aupándose, soportando con altivez la erosión de la garganta de Navalacruz; y un par de miles de años viendo trashumancia, ejércitos y viajeros asombrados. El coche se adelanta  y alguno de sus ocupantes blande su fusil en precaución. No hay peligro, sólo se oyen pacíficos cencerros; un pastor en la ribera.
De la Venta la Rasquilla sale el ventero a ver pasar el convoy. Desde el coche se le saluda a la fascista y él responde solemnemente levantando el brazo plano; quien sabe si por  miedo o por empatía comercial. Puede que lo haga por la más pura convicción, ¿pero... alguien no lo haría?
Un kilómetro más adelante el convoy se detiene a beber agua y llenar cantimploras en la fuente de Los Serranos, que da buen agua y bastante fresca, aunque no tanto como la de arriba del El Pico, cuya frescura quiebra la garganta, además de resultar algo sosa. La cuesta se empina y serpentea entre nuevas masas de pinos. Los del coche vuelven a aprestar los fusiles por si acaso.
La guerra desapareció de estos pagos hace semanas. La caballería del Coronel Monasterio se paseó por aquí. La toma del puerto no llegó a ser ni una escaramuza. Dicen que al ver a los escasos defensores, los atacantes dieron aullidos a la manera mora y cargaron hacia ellos, y que  los rojos  perdían el culo  carrera abajo por la calzada romana.
Al culminar el puerto se contempla una vista de las más magníficas que brindan las carreteras españolas. Escoltado por la airosa cordillera del Torozo, existe un mirador que parece que sobrevuela en Barranco de las Cinco Villas; un cortado casi vertical. Además de abarcar al fresco valle, los días más claros se ven, mucho más allá de los llanos de Talavera, los Montes de Toledo. Cuando se asciende por su parte somera, viniendo de Ávila, nunca se sabe lo que depara este lado: unas veces el paisaje se torna luminoso, otras el cielo baldea con furia, algunas otras hay una apacible niebla que se tiende en el Barranco como una suave manta gris que oculta Las Villas realzando los altos del Torozo, Serranillos, La Rubía, La Seca, La Torreta, que rebosan ese  horizonte fantasmal.
Hoy encontraron un día claro que templó los cuerpos. El convoy vuelve a  parar porque uno de los ocupantes del coche baja a hacer de vientre. Goyo pide bajar también.
-Vale. Desátale. Que baje.
Uno de los ocupantes del coche sujeta horizontalmente el Mauser: 
            -Elige un sitio a quince pasos; maestrillo, espero que no se te ocurra desafiar mi puntería.
 Goyo acaba enseguida; tiene diarrea. Aunque pidió un trozo de papel del periódico de los vigilantes, no se lo han dado y no le queda más remedio que mal limpiarse buscando yerbajos. El que le apunta se mofa apremiándole y viendo como se afana. Goyo se ha manchado y al final se atreve a rogar acercarse “a ese venero de ahí” para lavarse las manos. Desde el coche sale una voz más autoritaria que ordena:
            ¡Venga, déjale!

Se lava. Vuelven a atarle. Otra humillación más, cuya impotencia impide reiniciar la conversación de los presos. El camión vira por las colgadas revueltas, en algunos momentos se embala por la pendiente. El que acompaña al conductor en la cabina sugiere que ponga una marcha más corta, a ver si van a quemar los frenos. En algunos recodos  se despeñan torrentes de agua. El vértigo, las nauseas que sienten los prisioneros no les impiden disfrutar del solemne paisaje. Pronto, cada vez menos ralos, empiezan a aparecer  pinos, castaños y prados de un verdor inconcebible en el otro lado del Puerto. Sintiendo el caluroso abrazo del Valle, ante tal magnificencia vegetal, Goyo recuerda una copla nostálgica de estos sitios:

Y al pasar el puerto El Pico

Volví la cara llorando

¡Ay los pueblos de mi Valle!

¡Qué lejos os vais quedando!

El pueblo de Cuevas del Valle tiene una fuerte tradición frutera; hay peras, naranjas, manzanas, además de olivos y vid; pero en esta época del año los higos están en sazón. Entre los preferidos, la variedad de higo morado destila por su ojo una miel de un dulzor que sobrecoge; hace levitar el paladar mientras los dientes muelen las semillas. La boca se llena de saliva al atacar este bocado, denso en los más animosos azúcares.
El coche desciende al valle y el olor dulce va sobreponiéndose al de la gasolina. Las higueras pletóricas son un reclamo que los del coche no van a ignorar; lo gritan sus estómagos.
Paran. Como niños, saltan una pared. -Aquí hay muchos, traed algo para llevarlos-. Con las hojas del periódico hacen cucuruchos en los que van recolectando. Mientras, se llenan la boca de higos reventones; los mejores,  los tocados por los pájaros.
Llega un zagal con un palo.
-¡Oigan! que estos higos tienen amo.
-Dile a su amo que esto es una guerra y que estamos dando nuestras vidas por Dios, y por La Propiedad. La Falange  lo está pagando con sangre.

El muchacho se calla. Hay mucha sangre cobrada en Cuevas.
Al llegar al pueblo los soldados nacionales, les salieron a recibir sus partidarios acusando que el día 19 de agosto los del Frente Popular se habían llevado a diez de Cuevas del Valle, que mataron en un sitio llamado Viña Esquinada.
Un oficial de caballería ordenó entonces:
            -En un pueblo tan pequeño…, diez muertos. Nadie los defendió; son culpables: ¡cuatro por cada uno!, que esta buena gente os haga una lista, y los que falten hasta cuarenta… ¡a matarrasa!  Digo más..., que si alguien quiere divertirse con alguna mujer de este pueblo, lo haga sin cuidado, que yo voy a mirar para otro sitio.

Cuarenta muertos, algunos acribillados en su propio predio; violaciones y también posterior ejecución de alguna violada. Demasiada sangre esparcida en un sitio tan pequeño.
El niño aprieta los labios. Los higos eran para Navidades. Conoce la sangre que se ha vertido. Su padre, que ha sido uno de los muertos, tampoco comerá higos este invierno.

El camión atraviesa la Calle Real de Cuevas del Valle. Los rústicos soportales serranos, los balcones pletóricos de tiestos, algunas enredaderas, dan un matiz humano apacible, acogedor entre tanta barbarie. El convoy sigue descendiendo hasta la Villa de Mombeltrán. Los de detrás del coche se zampan los higos que llevaban en los cucuruchos.
No tiréis el papel, que a lo mejor podemos vendimiar.
Mombeltrán es tierra más calurosa  y la más temprana en madurar de todo Valle. Por eso es posible que las uvas ya estén cuando menos pintonas. El coche pasa ante la prominente picota de este pueblo llamado por los lugareños “La Villa”. Las otras cuatro villas: Cuevas, Villarejo, San Esteban y Santa Cruz,  también ostentan este símbolo, aunque tienen el apellido “del Valle”  Mombeltrán no lo necesita: tiene castillo, tuvo hospital, conventos, palacios y muchos blasones de granito aún adornan sus casonas. La Villa tiene una plaza muy extendida, la Corredera, impropia de un pueblo serrano, apretado, como son sus pueblos vecinos.
Frente al Castillo de Alburquerque, está el Cuartel de la Guardia Civil donde se detiene  el convoy buscando novedades. Los presos miran los obesos cubos de la fortaleza en contraste con la panorámica de las airosas agujas del horizonte. Es un mediodía luminoso, hay gente por la calle, burros con aguaderas, mujeres que van a lavar al río, niños correteando...
  José, por entretener el tiempo, recordó en voz alta: “por el mil cuatrocientos, el señor de este Castillo, don Beltrán de la Cueva, se acostaba con la reina consorte de Enrique IV de manera tan notoria que a una hija la llamaban La Beltraneja”.
Uno del coche, lo ha oído:
            -Mu sabijondo eres tú, medicucho republicano. No escarmentaréis nunca esa boca.
 Dentro en la oficina del Cuartel, un mando militar dialoga con el jefe del convoy:
“Os lleváis a al maestro de este pueblo, que se llama Pedro; y a su hijo, que se llama Publio, que al ir a por su padre se empeñó: donde vaya mi padre voy yo.         
Os acompañan El Mariano y El Vainas; yo ya ni sé a cuantos se han cargao, seguro que ellos tampoco. No creas que pa esto vale cualquiera, si esos matoncillos de Falange que te acompañan no lo han hecho nunca.... igual, hasta se cagan o vomitan, pero de estos dos respondo, son unos fieras, bien pueden darles a los tuyos la alternativa. Verás que tampoco tienen melindres para rematar con la bayoneta; a estos no se los resucita nadie. Y luego, no tienen remordimientos: esta noche, como las demás, roncarán como cerdos”.
En cualquier bando de todas las guerras hay matarifes voluntarios, bien distribuidos por el terreno, es algo que brota sin saber de dónde; como las moscas verdes, a la mierda no le fallan.
Liando un cigarro de picadura, el militar pregunta al jefe del convoy:
-Oye, estos tíos… ¿por qué los traéis?
-Hombre, los maestros por ser maestros, ya no hace falta más explicación, la mayor parte ha entrao con la república y son de la cáscara amarga..., lo mismo que han hecho los rojos con los curas: sin más ni más. El Aparejador, además de ser de Barcelona, un día apoyó una huelga después de que se cayeran dos albañiles de un andamio.
-¿Y el médico?
            -Este médico dicen que ha dicho que el cuidado de la salud tiene que ser un derecho, que a los médicos los tendría que pagar un sueldo el gobierno y que debían atender a toda la gente. A todos, nada de pagar igualas, ni cobrar a los que no la tienen. Dice que la higiene y la buena salud de los pobres son necesarias para la salud de los ricos.
-Sí, -dice con sorna- es verdad; todos iguales…, no te jode... a ese rematadle bien que es un comunista de la peor especie.
El jefe de Mombeltrán tira la ceniza de su cigarro:
-¡Ah! si os cabe en el camión, llevaros  también al Bernardino, el carpintero. Que andamos mal de sitio en los calabozos.

El Vainas se sube a la caja del camión con los siete presos. No se inicia conversación. Goyo ve a la gente del campo que vuelve de sus labores a comer, los pámpanos están casi maduros, si no llueve en una semana habrá buen mosto, dentro de unos meses buen vino. La gente saluda con buena cara a los del camión, nadie repara en que ellos van atados. Ya están llegando a Arenas, parece que era verdad eso de la prisión en el palacio.

Él presiente que Arenas de San Pedro es muy bonito, un valle  cerrado completamente al Norte. No lo ha visto nunca pero ya sabe que tiene castillo, palacio, una torre de iglesia bien airosa y los mas afamados pinares de la provincia. Desde el palacio habrá buena vista, seguro que domina la ciudad y se  verán las montañas más altas de Gredos, seguro que son muy hermosas, sobre todo cuando las alumbre la nieve.
Pero en una curva cerrada el camión se echa a un lado. El Vainas arma el rifle, rápidamente han subido algunos falangistas del coche, y todos los que no están en la faena de desatarlos, los están encañonando.
-¡Venga abajo!, van tirando del camión a los que van desatando.
Goyo ha llegado el primero al suelo, aunque cayó de pie. Junto a los demás, le dirigen a empujones al terraplén de la curva. No se lo cree:
¡Bah! será un simulacro de fusilamiento. No son horas; lo va a escuchar toda la gente que hay en el campo. Quieren reírse de nosotros, darnos un escarmiento, otra humillación. No les voy a dar el gustazo de que me vean retorcerme. Esto es una farsa.
Goyo no llega a oír el disparo que le destroza la cabeza. Su cuerpo da espasmos involuntarios. Los músculos se contraen y se extienden en los últimos estertores reflejos, pero su conciencia se ha ido al instante; pensando que su muerte no era real, que ya no era lógica.




En las páginas 125, 126, 127, 128, 131, 139 y 234 del tomo diecinueve del libro de defunciones del Registro Civil de Mombeltrán están inscritos los fallecimientos por arma de fuego  de personas que tenían la misma profesión y  nombre de pila que los fusilados. Todos lo fueron en la cuesta de La Parra, y posteriormente he descubierto que hay más fusilados en esta saca.
 Lo demás es verídica ficción.

 No llego a comprender por qué se molestan en venir a fusilarlos tan lejos. Ocupan un camión y gastan un combustible del que no tienen que estar muy provistos (a pesar de los regalos de la Texaco al Bando de Franco). Lo único que se me ocurre es que perpetrando una matanza en esta zona tan díscola, y en un cruce de caminos, se trataba de dar un mensaje más de terror a los habitantes del Sur de la provincia de Ávila que siempre han sido más izquierdistas que los del norte y centro de esta provincia.

4 comentarios:

  1. Te envío un fuerte abrazo desde este Barranco, en este 18 de julio de 75 años después.
    Que no decaigan nunca tu inspiración ni tus energías para llevar adelante tu esclarecedor trabajo, tan necesario en esta comarca, tanto tiempo infectada y maltratada.
    El Pueblo necesita Luz y tú eres de esas poquitas luciérnagas que resisten al ataque de los herbicidas.
    Adelante, que no decaiga. We need you.
    Con permiso de nuestro apreciado rey constitucionalista Juan Carlos, y con la esperanza regeneracionista que en aquel momento expresaron prácticamente todos nuestros abuelos: Salud y República.

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  2. Santos Jiménez Sánchez14 de noviembre de 2011, 10:08

    Un fuerte abrazo y ánimo, Juan. Santos

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  3. Hola Juan. Soy M.Rafael Sánchez y somos viejos conocidos (Manqueospese la veré) Acabo de leer tu narración de junio de 2011 en lq que recreas el viaje hacia la muerte de los maestros Máximo de Miguel y Gregorio Pato. Según tu narración es el 11 de septiembre cuando son trasladados a Arenas y fusilados en la Cuesta de la Parra. Mis datos son que estuvieron en la cárcel de Arenas (castillo) dos meses y fueron fusilados Máximo el 8 de noviembre y Gregorio el 20 de noviembre. Y tengo recogido testimonio de una sobrina del primero y de una amiga de la familia de la mujer del segundo. Refieres las partidas de defunción depositadas en Mombeltrán. Estoy redactando un libro sobre los maestros republicanos de Ávila. Podemos intercambiar la información? Gracias y un saludo

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    1. Ciertamente pienso no pudo ser del 11 de septiembre, es demasiado pronto según los sucesos de la guerra para hacer ese viaje, no me acuerdo por qué puse esa fecha quizá para que hubiera higos y estuvieran pintonas las uvas, de todas maneras es en parte ficción. De cualquier modo me ha gustado releerlo. Lo de las partidas de defunción es verdadero, (salvo error u omisión)

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