viernes, 10 de junio de 2011

Bendita conjuntivitis


Y bendito paro que la parió. Como veis, sigo desnudando mi alma y mi identidad en primer plano para vuestros ojos ante este éter de electrones y silicio. Como parado desocupado me propuse adelgazar, andando la hermosa primavera bejarana en una semana algo lluviosa que fue la de final de mayo. Algo debí mojarme, o quedarme frío con el sudor a cuestas, que se me agarró a la nariz un catarro; a los dos días había trepado su infección a mis ojos. Nunca los vi así, de manera que decidí inmortalizarme (de eso se trata hoy) fui al servicio de urgencias donde me recetaron un colirio, que a los dos días blanqueó mi globo ocular. Pero, para recuperar parte del dinero de la receta fui a la consulta de mi médica de cabecera, que no me conocía, ni tenía ninguna referencia mía, por lo que me mandó hacer unos análisis de sangre.
Ayer, jueves 10 de junio, pedí cita para que me comentara los resultados. Saltó la alarma: 676 de triglicéridos (antes esa palabreja me sonaba a algo lejano que suele ir del brazo de -más conocido- colesterol, pero ahora que se ha hecho presente de esa manera pienso que son tres cerditos rosados, grasosos, que van patinando sus tocinos por mis venas, y se cagan y hozan en mi páncreas, y de no haber puesto remedio, debía de andar muy cerca yo de conocer a una señora muy malvada que se llama pancreatitis)
¡Vaya! tan orgulloso yo de mi sangre y resulta que tiene tanta grasa que se puede freír con ella. No quiero apuntarme al pánico. Desde anoche tomo un cóctel de cuatro desengrasantes, y esta mañana ya anduve e hice ejercicios una hora y media. En eso también me va a venir muy bien el no tener trabajo.
Lo peor van a ser las privaciones, tengo una dieta de mil quinientas calorías y ahora voy a tener que aprender a cocinar de otra manera. (tengo que decir que esta época es  un buen momento para experimentar con cosas verdes, que están de gran oferta tras la crisis alemana del pepino)
Esta mañana he ido al supermercado y he escrutado nuevas estanterías. Ahora paso de largo pasillos enteros donde antes compraba dulces, quesos, lácteos, helados. Menos mal que vivo en un mundo abastecido. Ahora aprenderé a jugar con los pescados hervidos y las especias, que no me han sido prohibidas.
Me llevaba muy bien con los dependientes de una carnicería. Debería explicarles por qué lo dejo todo menos el pollo, adiós cerdos, terneras, corderos, adiós chorizos de Guijuelo... se me ha pegado una canción de Amancio Prada que musicó un poema de Rosalía de Castro, “adiós ríos, adiós montes, adiós regatos pequeños...
Y a este blog también le mantendré un poco a dieta; ya me había puesto con el libro de la guerra y quiero seguir, así que el tiempo que necesito liberar también lo restaré de esta pantalla.
Pero nadie se me asuste, que me siento muy bien y estoy determinado a hacer las dietas que me manden y a tragarme todas las pastillas que me receten.

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